lunes, 25 de julio de 2011

¡Que 40 años no es nada…!


Pese a los esfuerzos para aproximarnos desde la estadística a los entornos sociales, económicos y productivos de la ruralidad, debemos reconocer que el mapa real del campo colombiano, dista del que hoy nos venden las cifras. Los colosales procesos de parálisis y atraso, pero también de avance y transformación, en variables claves para descifrar la mal llamada periferia, no han sido medidos ni incorporados a las dinámicas de planificación y desarrollo rural, prácticamente desde 1970 cuando se realizó el último censo agropecuario. La propuesta del Ministro, Juan Camilo Restrepo, de realizar el tercer Censo Nacional Agropecuario, significa para el sector el más claro compromiso del gobierno para sincerar los diagnósticos y corregir los rumbos.

No es un secreto. Hemos construido y deconstruido políticas públicas rurales, con base en percepciones, cálculos empíricos o expansiones y generalización muestrales, que en ocasiones sólo han servido para resolver disputas políticas y no técnicas. Ello sin demeritar importantes aportes recientes, como el realizado en el Censo de población de 2005, e incluso desde múltiples instancias regionales, pero que se quedan cortos en su metodología, cobertura geográfica y temática. El campo es un escenario excepcional. No sólo es heterogéneo en su oferta agropecuaria, diverso en su capital humano y cultural y asimétrico en oportunidades para crecer y acceder a bienes públicos, sino que es extremadamente complejo, por sus procesos de ocupación y uso del territorio. Razones de peso, que justifican el estudio integral e independiente de sus realidades.

Necesitamos cifras y requerimos que se produzcan con regularidad, bajo parámetros comparables internacionalmente y sobre una batería de tópicos, fundamentales para evaluar lo que hemos hecho hasta el momento con el campo colombiano. Pero, también, para crear los escenarios hacia dónde esperamos llevarlo, de cara a un mundo que clama por una oferta de productos primarios que garantice la seguridad alimentaria, fuentes alternativas de energía y cumplir con los Objetivos del Desarrollo del Milenio. Diría que este censo es el insumo, para el vuelco que se está produciendo en la ruralidad e inclusive para la aplicación, en buena medida, de las leyes de víctimas, ordenamiento territorial, regalías y desarrollo rural, que empieza a sonar.

Necesitamos saber ¿cómo es hoy el país rural? ¿cuánto pesa realmente en el PIB? y ¿cuáles son las verdaderas cifras contables de la oferta nacional agrícola y pecuaria? Pero más allá de los datos productivos y de su valor, extensiones y usos del suelo, el país requiere observar ¿quiénes son nuestros productores? ¿cuál es la naturaleza de los hogares rurales y sus necesidades? ¿cuánto hemos avanzado en la reducción de la pobreza y en la cobertura de bienes públicos como escuelas, centros de salud, vías, acueductos, distritos de riego y drenaje, electricidad, instancias para aplicar justicia y mantener la seguridad?

Las décadas de ausencia del Estado y su institucionalidad en la ruralidad, con todo lo que ello representó en  materia de violencia y desigualdad, bien amerita respuestas de fondo a partir de bases ciertas. En otras palabras, las decisiones de políticas públicas, destinadas acelerar la locomotora agropecuaria y propulsar sus proyecciones en los mercados local y externo pero, además, para mejorar la calidad de vida, la protección de los derechos fundamentales del hombre del campo y asegurar un futuro digno para miles de niños y jóvenes campesinos, no pueden ser fruto de 40 años más de improvisación.

*Presidente Ejecutivo de FEDEGÁN.



lunes, 18 de julio de 2011

TLC: ¿Cuándo estaremos listos?

Coincidimos con el Ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, sobre el gravoso panorama que habilitará el libre comercio para los “comodines agropecuarios”, de las negociaciones del TLC con Estados Unidos. La advertencia no es de ahora. Se maduró en 2004, al calor de las negociaciones con USA, cuando afloraron diagnósticos que llevaron a Conpes y decretos, sobre los que siguen pesando las mismas preguntas: ¿Cuánto hemos avanzado? ¿Cuándo estaremos listos? Nadie sabe. Nadie responde. México, donde me encuentro organizando la quinta Gira Internacional Ganadera, lleva 17 años adecuando su sector primario, público y privado, y aún no está preparado para el NAFTA.

Pese a su infraestructura de carretas y puertos, de su estatus sanitario y la modernización de sus sistemas productivos agropecuarios, los manitos cojean. ¿Qué diremos nosotros, que ni lo uno ni lo otro? El balance de la apertura mexicana mantiene disputas encendidas. Para muchos, fue un mal negocio, que ignoró las subvenciones del norte. Para otros, los males del “agro”, se gestaron en siete décadas de políticas erradas y, de no haber sido por el TLC, no habrían ganado terreno en acceso internacional.

Las razones pesan de lado y lado. Es mi percepción, tras los diálogos con los productores del sector ganadero, objeto de nuestra visita, y sobre el que pesan dudas sobre su viabilidad económica y financiera. En 110 millones de hectáreas que albergan el total de su aparato pecuario, existe un escenario variopinto de 1,4 millones de ranchos ganaderos, corrales de engorde y empresas integradas, que tuvieron que migrar a sistemas intensivos, quebraron o aún resisten en modalidades extensivas, la competencia con Canadá y Estados Unidos. Una pelea en la que el más poderoso acomoda medidas, para obstaculizar el comercio de animales vivos. La muestra: la Ley de Etiquetado de País de Origen de Estados Unidos, que castiga el precio de los becerros, el mayor producto de exportación de México a USA.

En la frontera norte y en menor medida en la región central, bulle una ganadería que es copia de modelos americanos. Grandes empresas y ranchos, cuya propiedad no está, necesariamente, en manos de nacionales. Allí han logrado una integración vertical perfecta, que incluye siembra de forrajes –especialmente maíz–, zonas de confinamiento, mejoramiento genético y manejos administrativos y técnicos eficientes y homogéneos. Cambios que, en los últimos ocho años, aseguraron el aumento de producción. Sólo en un rancho la producción de leche promedio sobre 4.000 vacas en ordeño, se incrementó en 1 litro/año desde 2003 y pasó de 26 lts/vaca/año a 34. Entre 18% y 25% más. Otro tanto pasó en carne.

Pese a esos esfuerzos ¿qué ha logrado México? Una balanza de pagos negativa para los productos agropecuarios desde 1993. Del lado ganadero, un modelo exportador de 1,3 millones de becerros anuales, que son engordados al otro lado de la frontera y devueltos en canales al mercado interno. “El criador lleva la peor parte, asume los riesgos, espera los tiempos más largos para capitalizar el trabajo y vende con el menor valor agregado”. Apenas se envían al exterior unas 31 mil toneladas de carne fresca y congelada.

Las enseñanzas de México son invaluables. Tenemos claro, como muy seguramente lo tiene el Ministro, que las políticas de seguridad alimentaria y desarrollo rural son vitales, como para dejarlas en manos del libre mercado. No decimos no a la apertura, sólo que ésta se produzca en condiciones de equidad. En Colombia todo está por hacer en el frente fitosanitario, para poder competir medianamente con los monstruos con los que se están firmando TLC, en negociaciones que entregan al sector agropecuario a cambio de prebendas para otros rubros.

Presidente Ejecutivo de FEDEGÁN




lunes, 11 de julio de 2011

El “conejo” sanitario

El TLC con Estados Unidos ha mantenido dos bandos encontrados en Colombia. El primero, busca disfrutar ese mercado lo antes posible y cruza los dedos para que luego de cinco años de dilaciones injustificadas, el Congreso del norte apruebe el acuerdo que “regularía” las relaciones comerciales. El segundo, en cambio, rememora con indignación las negociaciones y espera agazapado un durísimo golpe para su supervivencia. Es el grupo de sectores como el pecuario, que no ha visto en este lustro la mínima intención del gobierno americano, de avanzar en el reconocimiento de nuestro estatus sanitario y que ve, con preocupación, el descalce de la agenda pública local, para cumplir los requisitos de admisibilidad.

El “toma y daca” que suponía una negociación autocontenida, el desarrollo de una mesa sanitaria garantista y la promesa de consolidar una institucionalidad sanitaria, a la misma velocidad con la que se expondrá el aparato productivo doméstico a la competencia, duermen el sueño de los justos. Todavía nos preguntamos, cuáles son las razones de Estados Unidos, para no reconocer la certificación que le otorgara la OIE a Colombia como “país libre de aftosa con vacunación”, siendo ellos promotores y miembros activos de esa organización.

Es una barrera no arancelaria, que se suma a tantas impuestas recientemente en temas laborales, de derechos humanos y protección a sindicalistas –que ya cumplimos– y que demuestra que en estos procesos, el país sigue marchando como cordero al matadero. En plata blanca aceptamos, hace cinco años y lo volvimos hacer hoy, las demandas unilaterales que, desde el principio de las rondas, expusieron los negociadores americanos y que ahora siguen imponiendo los senadores. Como si se tratara de una concesión y no de una negociación. O como si ellos no le debieran al mundo, respuestas por su política de inmigración y protección social.

Los países de altos ingresos no liberan su comercio. A la baja de aranceles, anteponen barreras no arancelarias y elevados subsidios proteccionistas, que no pueden compensar las economías en desarrollo. Economías que, en cambio, exponen su aparato productivo, en especial el agropecuario, a postores que no reparan en mecanismos para corregir asimetrías y que ponen en peligro la estabilidad económica y la seguridad alimentaria de los más pobres. No en vano, esta semana la OMC cuestionó las más de 184 nuevas trabas al intercambio comercial, que han surgido tras la crisis.

El sector ganadero de Estados Unidos es 8 o diez 10 veces más eficiente que el nuestro. Mientras Colombia produce 900 mil toneladas de carne, ellos alcanzan en un año 13 millones de toneladas y es el mayor mercado del mundo en consumo de carne. Esos tamaños deberían obligar a un manejo decente en las relaciones comerciales, a cumplir y jugar limpio. Son razones que nos impiden compartir, la euforia que generaron los simulacros de votación en el Congreso americano.

El gobierno debe estar atento. El gremio ganadero lleva 1 año esperando una reunión con USDA-APHIS para definir la admisibilidad. Aunque estaba citada hace 15 días, fue reprogramada para septiembre. Además de este incumplimiento, está el asunto del acondicionamiento fitosanitario, que el país está en mora de ejecutar. Proceso que, según los diagnósticos que elaboramos con Invima y el ICA, podría extenderse hasta 2018 empezando hoy. Mala noticia, porque nuestro mercado empezará a sentir desde agosto los síntomas del TLC con Canadá. El primero que entrará en vigencia, de una seguidilla de al menos 20, que en menos de 7 años habrán derribado nuestras protecciones y durante los cuales, difícilmente, habremos puesto un kilo de carne o un litro de leche en los mercados de nuestros nuevos y ricos socios comerciales.

*Presidente Ejecutivo de FEDEGÁN

martes, 5 de julio de 2011

El PIB agropecuario

El PIB del primer trimestre de 2011 arroja, ciertamente, un parte de tranquilidad. Un crecimiento del 5,1%, refrenda la salida de la crisis de 2008 y 2009. Aún así, el resultado deja mucho que desear para sectores como el agropecuario, pues aunque fue uno de los más cacareados por su sorpresivo aumento –7,8%–, una mirada por encima del indicador, delata su debilidad incluso, pese a los síntomas de recuperación, la actividad sigue estancada y, contrario a los anuncios, no fue inmune al invierno. Desde principios del milenio ha perdido peso en la generación de riqueza, su inversión productiva es marginal y, de no ser por el comportamiento cafetero, poco habría tenido para mostrar en este período.

El crecimiento ponderado del PIB agropecuario evidencia una variación de 0,5% en el primer trimestre. Si bien es positivo, es preciso considerar que se compara con el comportamiento negativo del mismo trimestre de 2010 y sólo está 0,1 punto porcentual por encima de los crecimientos ponderados de 2003 y 2007, cuando la actividad alcanzó los máximos en los últimos once años. De hecho, con respecto al cuarto trimestre de 2010 la variación es de apenas 1,1%, en tanto que su participación en la generación de riqueza pasó de 8% en 2000 a 6,5% en 2011. Con otra connotación: su crecimiento y aporte al PIB actual, lo explica en un 36% la “bonanza” cafetera, que vivió un incremento en producción y precios entre enero y marzo de este año.

Aunque al interior del sector agropecuario, renglones como el de “animales vivos y productos animales” registran un crecimiento de 4,6%, comparado con el primer trimestre de 2010, el ponderado apenas llega a 1,9% y, además, evidencia una caída de -0,6% con respecto al cuarto trimestre de 2010. ¿Cómo explicar? A mi modo de ver, su crecimiento está asociado a variables estacionales, relacionadas irónicamente con el invierno. La incertidumbre que generó el fenómeno de La Niña llevó a muchos ganaderos, por ejemplo, a anticipar el sacrificio, incluso a pérdida, considerando las adversidades para el sostenimiento de los animales y el aumento en los costos de producción. Así mismo, el mayor acopio industrial de leche, respondió a decisiones para prevenir desabastecimientos entre abril y mayo –como efectivamente ocurrió–, gracias a que la  industria no alcanza a procesar ni la mitad de la leche fresca que producen los ganaderos diariamente.

El panorama tiende a sincerarse, si consideramos individualmente los subsectores de la actividad de “animales vivos y productos animales” y comparamos contra el cuarto trimestre de 2010 –cuando se registran condiciones más cercanas a su tendencia histórica–, el resultado da más pena que gloria. Caen: avicultura (-6,42%), porcicultura (-16,3%) y sacrificio de bovinos (-5,8%). Sin duda, acusan baja rentabilidad, trabajo a pérdida y mal clima para la producción, resultado de la subestimada ola invernal. Mirada que se ratifica con la marcada ausencia de transacciones de productos de valor agregado –carne despostada, deshuesada o canales– y la presión para exportar ganado en pié, entendible, pero que poco contribuye a la rentabilidad de la cadena y podría jugar una mala pasada a la meta de crecimiento.

Con lo cual, la primera constatación es que la dinámica agropecuaria sigue a la zaga del sistema financiero, comercio, industria y minería, que en conjunto presentaron una contribución ponderada al PIB del 59% para este primer trimestre. Por supuesto, el sector financiero continúa siendo el gran vencedor, con una variación 4,8% y una participación del 19%, aunque con bajos índices de  generación de empleo. Y, la segunda, es que urgen políticas activas para propulsar y sostener el incipiente crecimiento agropecuario –un sector intensivo en mano de obra–, en especial del subsector de “animales vivos y productos animales” que hoy participa con 39% de la formación del PIB sectorial.

*Presidente Ejecutivo de FEDEGÁN