@jflafaurie
El cobarde atentado contra el ex ministro, Fernando
Londoño, se convirtió en símbolo de la reciente escalada del terrorismo y de su
reedición con insólitos y atroces grados de sofisticación. El mensaje de las
FARC fue directo contra quienes se han atrevido a cuestionar la debilitada
política de seguridad, el ambiguo discurso de los “diálogos” y los mecanismos
de impunidad, evidentes en el mal llamado Marco Jurídico para la Paz. Temas en
los que Londoño ha sido contradictor implacable, no por simple postura ideológica,
sino como él dijo: para defender altos valores por los que vale la pena vivir,
en un país en donde el salvajismo y el terror quieren volver a asentarse.
La bomba Lapa contra Londoño, hace parte de las
gravísimas consecuencias que nos ha traído la tozuda postura de negarnos a
aprender de épocas aciagas, cuando la guerrilla se burló de la mano tendida que
habilitaba una salida política. Entonces, como ahora, abrimos resquicios
convertidos en boquetes, que le permiten a los narcoterroristas escalar en sus
planes políticos y militares, en los que se llevan por delante a una lista
interminable de mártires, con total impunidad.
No obstante, con el estupor aún vivo por la explosión
al norte de Bogotá, una aplastante mayoría en el Congreso daba la bienvenida a
un escenario que “sueña con una paz de babas”, aprobando en seis debates el
acto legislativo. Una salida en falso que nos aproxima, peligrosamente, a
caminos que creíamos superados. Esa es la gran tragedia. Volver a una política
de “apaciguamiento”, por no querer derrotar definitivamente al terrorismo. El
incremento de las hostilidades que precede, hoy como ayer a sus demandas de
negociación, es brutal como atroces sus pretensiones para nuestra democracia y
nuestra nación.
No olvidamos los repudiables “hechos de paz” de las
FARC durante la zona de distensión, la masacre de Bojayá, la bomba en el Nogal,
las tomas de Toribío y Caloto y tantos otros crímenes de lesa humanidad, como
el asesinato de los 11 diputados, Gilberto Echeverry, Guillermo Gaviria y los 4
uniformados secuestrados por más de una década. O en los últimos días, el
homicidio de 12 militares en La Guajira, el secuestro del periodista francés
Romeo Langlois y la amenaza contra el expresidente Uribe develada en Argentina.
Por estas vías buscan, nuevamente, constreñir a
la sociedad a sus exigencias, indultar sus crímenes de guerra y acelerar su
participación en la vida política, aunque tengan que volver a acallar a quienes
se interpongan en su camino.
Si de algo sirvió el sacrificio de los escoltas de
Londoño y su propio dolor, fue para notificarnos una vez más, la mortal forma
que tienen las FARC de agradecer gestos de paz. Pero, más aún, para
descalificar y deslegitimar el Marco Jurídico para la Paz y propinarle una
puñalada a las negociaciones, heridas de muerte por propia mano de las FARC. Lo
que explica por qué algunos sectores niegan la evidente autoría de las FARC en
el ataque contra Londoño y ahora contra el expresidente Uribe.
El aumento del terrorismo debe llamarnos a la sensatez.
Mientras sigamos inaugurando semanas de violencia como las que han transcurrido
y cavando tumbas –muchas sin registro en prensa ni en los juzgados– la paz será
un imposible ético e histórico. ¿Cuánto más tendrá que ocurrir para detener la
barbarie y unir filas contra los violentos? Esperamos, que así como los
atentados tuvieron repercusiones políticas, también resuenen en el Senado,
donde se librarán los debates que le restan al Marco Jurídico para la Paz y,
más aún, sobre Fuero Militar. No es pensando con el deseo, sino con valor y
decisión, haciendo la tarea de derrotar la criminalidad, como vamos a salir de
la noche de terror.
*Presidente ejecutivo de FEDEGÁN.