Por: José Félix Lafaurie Rivera*
@jflafaurie
Este debe ser el único país donde una alarma contra la seguridad nacional, pasa inadvertida para la opinión pública. Pero más abrumador resulta el hermetismo del Gobierno, luego de las versiones que señalan la frontera ecuatoriana, como destino del cargamento ilegal de armas fletado por Cuba, en el buque norcoreano retenido en Panamá. Aunque políticamente sea inconveniente reconocer un hecho incómodo –que, en todo caso, es un misterio– el silencio no ayuda, ni tiene justificación. Entre otras razones, porque la convergencia: Cuba, armas, Farc y negociaciones de paz, es demasiado fuerte –y no de ahora– como para creer que el incidente no tiene ninguna conexión con esta realidad. No de otra forma se explica el inesperado encuentro: Santos-Obama.
En este país donde los hechos superan la ficción, no es alucinante pensar que detrás de una operación de esta envergadura, pudieran estar las guerrillas. Basta recordar el secuestro del avión de Aeropesca, que protagonizó el M-19 hace 3 décadas, para hacerse a un contrabando de armas procedente de Panamá. En ese golpe medió un engaño a la compañía aérea, un aterrizaje en pistas clandestinas de La Guajira y un acuatizaje sobre el río Orteguaza, para llevar los fusiles al corazón de la selva. Ocurrió en 1981 y bajo la autoría de un grupo con menor capacidad ofensiva y sin el dinero del narcotráfico, que hoy exhiben las Farc. ¿Cuánto más podría hacer esta guerrilla, luego de 8 meses de estar reeditando su poder, bajo la protección de un régimen afín a sus propósitos?
Y es que algo huele mal. No convencen las explicaciones de Cuba, sobremantener su “capacidad defensiva para preservar la soberanía”. Como tampoco los supuestos reclamos de Pyongyang, acerca de un contrato legal para reparar el cargamento de armas “sin declarar”, pues sería tanto como aceptar sus operaciones clandestinas, violatorias del embargo de la ONU. Más aún, sorprende la postura del gobierno americano, el todopoderoso espía internacional, que muy seguramente sabe más de lo que reconoce, en sus “sospechas” sobre movimientos de narcóticos. Por supuesto, hará parte de los secretos de la cumbre de los mandatarios en Washington.
Por lo pronto, la renovada fraternidad entre el régimen castrista y las Farc, genera suspicacias frente a los riesgos que se podrían estar configurando, por cuenta de unos diálogos con un desenlace incierto. Nadie desconoce la influencia cubana en la fundación de las Farc y el ELN. Nunca, desde mediados del siglo pasado, Cuba ha dejado de ser un imán para alienar incautos o favorecer el accionar de las armas, en alianza con regímenes “malditos”. De ahí que el silencio del gobierno resulte preocupante, frente a la amenaza que se podría estar revitalizando.
La evidencia de que las Farc ambicionan –o han estado cerca de tener misiles tierra-aire– no es nueva, pero sí extremadamente peligrosa. Con uno solo de los artefactos incautados a Cuba, por obsoleto que sea, podrían derribar cualquier avión de nuestra Fuerza Aérea e inclinar la correlación de fuerzas a su favor. No olvidamos que el gobierno no juega con el látigo sino con el tigre. Uno –que según la historia– se acostumbró a recurrir a los diálogos como táctica, para recargar su artillería. Es una de sus formas de lucha para ocultar su plan de escalamiento bélico, el único que le interesa desde su séptima conferencia de 1982 y que replica negociación tras negociación, de las que siempre sale fortalecida.
Nada hace pensar que esta vez sea diferente. El escalamiento terrorista, la retoma de sus territorios, las emboscadas como las que protagonizó contra miembros del ejército en Arauca y Caquetá –en abierta violación de los derechos humanos– son una manifestación de la paz que quieren las Farc. A ello se sumó su oferta de acompañar con armas la revuelta en Catatumbo y el incidente del tráfico de armas en el navío “Chong Chon Gang”. Un panorama que da una idea de que en esta nueva negociación, tenemos todo para perder y nada a ganar.
*Presidente Ejecutivo de Fedegán.