La renuncia de Juan Carlos Botero a la presidencia de la Bolsa Mercantil de Colombia –anterior Bolsa Nacional Agropecuaria–, es el preámbulo de la urgente restructuración que requiere la entidad, de cara al anhelo de consolidar un mercado de capitales para el campo. A decir verdad, han sido 32 años de intentos, que terminaron por reducir los escasos instrumentos de negociación y quebrar la Cámara de Riesgo Central de la BMC. Noticia que sepulta cualquier posibilidad para los mercados de futuros y opciones de productos agropecuarios y, con ello, los beneficios en materia de formación de precios y financiamiento alternativo para el sector.
Hoy los registros representan el 96,5% del valor de los negocios de la BMC y el 80% de sus ingresos operacionales, en tanto que los productos financieros escasamente participan con un 3,5% del total de las operaciones. En otras palabras, las transacciones que deberían posicionarse como una verdadera alternativa para el desarrollo del sector agropecuario, no arrancaron. Entre 2000 y 2009 los Contratos Ganaderos a Término representaron 0,09% del monto negociado en la BMC, los Avícolas el 0,75% y los porcícolas el 0,27%. Sin contar que para 2011 la entidad presentó un presupuesto a pérdida, tras varios años de consolidar cifras en rojo.
Aunque la bolsa funge como una sociedad de economía mixta, la participación del gobierno –que en sus inicios era de 49,6%– hoy es apenas del 11,8% de un total de 423 accionistas. De los cuales 4 tienen una participación igual o superior al 5% de las acciones en circulación. Es, en la práctica, un negocio de particulares, con un capital altamente democratizado, que debería responder a la modernización, competitividad y creciente necesidad de ampliar las coberturas, frente a los riesgos que imponen la globalización y la dinámica del mercado interno.
Más allá de modificar su razón social y reducir su operación a los simples registros, quienes creemos en un sistema bursátil para bienes agropecuarios, esperamos que se estimule el mercado con productos probados internacionalmente que, como los derivados financieros, pueden hacer posible la formación y estabilización de precios de los agroalimentos, de manera real y transparente. Un efecto que favorece dinámicas como la regulación y planificación de las actividades agropecuarias y la transformación del modelo productivo.
Una verdadera bolsa de productos agropecuarios, debe actuar como eje de la comercialización sectorial, con las prerrogativas de un mercado abierto, regulado y con igualdad de condiciones para las transacciones entre productores y consumidores pero, además, como un sistema capaz de generar mecanismos de financiación, frente al canal tradicional, que poco ha creído en el campo.
En este anhelo, resultan útiles los futuros y las opciones para actividades que, como la ganadería, demostraron su habilidad para desarrollar una oferta exportable superior a los US$1.000 millones. La razón es que estas operaciones amparan a productores, industriales, comercializadores, importadores y exportadores frente a las inseguridades asociadas a la producción agropecuaria, a través de la Cámara de Compensación. Las protecciones incluyen variables climáticas, cambiarias, biológicas y la misma violencia, eliminando imprevisiones para compradores e inversionistas de contratos a futuro.
Mi apuesta por estas operaciones, se basa en la posibilidad de racionalizar y maximizar la producción, garantizando un oferta confiable, en cuanto a precio y cantidad para los plazos acordados, recursos frescos para el campo derivados de la sana interacción entre la economía urbana y la rural y un mecanismo para aliviar las dolorosas asimetrías que hoy caracterizan el mercado del crédito y la comercialización de los productos primarios. Podemos hacerlo, pero requerimos la Bolsa y estamos dispuestos a hacer lo necesario para que funcione.
*Presidente Ejecutivo de FEDEGÁN
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