Coincidimos con el Ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, sobre el gravoso panorama que habilitará el libre comercio para los “comodines agropecuarios”, de las negociaciones del TLC con Estados Unidos. La advertencia no es de ahora. Se maduró en 2004, al calor de las negociaciones con USA, cuando afloraron diagnósticos que llevaron a Conpes y decretos, sobre los que siguen pesando las mismas preguntas: ¿Cuánto hemos avanzado? ¿Cuándo estaremos listos? Nadie sabe. Nadie responde. México, donde me encuentro organizando la quinta Gira Internacional Ganadera, lleva 17 años adecuando su sector primario, público y privado, y aún no está preparado para el NAFTA.
Pese a su infraestructura de carretas y puertos, de su estatus sanitario y la modernización de sus sistemas productivos agropecuarios, los manitos cojean. ¿Qué diremos nosotros, que ni lo uno ni lo otro? El balance de la apertura mexicana mantiene disputas encendidas. Para muchos, fue un mal negocio, que ignoró las subvenciones del norte. Para otros, los males del “agro”, se gestaron en siete décadas de políticas erradas y, de no haber sido por el TLC, no habrían ganado terreno en acceso internacional.
Las razones pesan de lado y lado. Es mi percepción, tras los diálogos con los productores del sector ganadero, objeto de nuestra visita, y sobre el que pesan dudas sobre su viabilidad económica y financiera. En 110 millones de hectáreas que albergan el total de su aparato pecuario, existe un escenario variopinto de 1,4 millones de ranchos ganaderos, corrales de engorde y empresas integradas, que tuvieron que migrar a sistemas intensivos, quebraron o aún resisten en modalidades extensivas, la competencia con Canadá y Estados Unidos. Una pelea en la que el más poderoso acomoda medidas, para obstaculizar el comercio de animales vivos. La muestra: la Ley de Etiquetado de País de Origen de Estados Unidos, que castiga el precio de los becerros, el mayor producto de exportación de México a USA.
En la frontera norte y en menor medida en la región central, bulle una ganadería que es copia de modelos americanos. Grandes empresas y ranchos, cuya propiedad no está, necesariamente, en manos de nacionales. Allí han logrado una integración vertical perfecta, que incluye siembra de forrajes –especialmente maíz–, zonas de confinamiento, mejoramiento genético y manejos administrativos y técnicos eficientes y homogéneos. Cambios que, en los últimos ocho años, aseguraron el aumento de producción. Sólo en un rancho la producción de leche promedio sobre 4.000 vacas en ordeño, se incrementó en 1 litro/año desde 2003 y pasó de 26 lts/vaca/año a 34. Entre 18% y 25% más. Otro tanto pasó en carne.
Pese a esos esfuerzos ¿qué ha logrado México? Una balanza de pagos negativa para los productos agropecuarios desde 1993. Del lado ganadero, un modelo exportador de 1,3 millones de becerros anuales, que son engordados al otro lado de la frontera y devueltos en canales al mercado interno. “El criador lleva la peor parte, asume los riesgos, espera los tiempos más largos para capitalizar el trabajo y vende con el menor valor agregado”. Apenas se envían al exterior unas 31 mil toneladas de carne fresca y congelada.
Las enseñanzas de México son invaluables. Tenemos claro, como muy seguramente lo tiene el Ministro, que las políticas de seguridad alimentaria y desarrollo rural son vitales, como para dejarlas en manos del libre mercado. No decimos no a la apertura, sólo que ésta se produzca en condiciones de equidad. En Colombia todo está por hacer en el frente fitosanitario, para poder competir medianamente con los monstruos con los que se están firmando TLC, en negociaciones que entregan al sector agropecuario a cambio de prebendas para otros rubros.
Presidente Ejecutivo de FEDEGÁN
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