@jflafaurie
La pobreza
nunca ha dejado de ser una realidad dolorosa en el campo colombiano. Por
décadas creció a niveles vergonzosos y su descenso reciente ha sido tan lento
que, difícilmente, puede hablarse de algún grado de transformación en las
condiciones de vida de sus habitantes. La última medición del Dane, lejos de
arrojar un parte de tranquilidad, corrobora su persistencia y constituye una
alerta sobre el futuro. Hoy, 64% de la población ocupada en el campo –en su
mayoría pobre– depende de actividades agropecuarias, muchas de las cuales se
irán a pique con los TLC. ¿Cómo vamos entonces a atajar la profundización de
las desigualdades y las brechas campo-ciudad?
La
competencia con importados subsidiados será difícil y una mayor desaceleración
del sector agropecuario –con destrucción de empleo y merma del ingreso rural,
que podría ser del 70%– nos regresa a principios de siglo, cuando 72% de los
campesinos era pobre. De ahí sólo hay un paso para agudizar la violencia e
incrementar cordones de miseria en las ciudades. Sin duda, 46% de los ganaderos
–230 mil familias o 966 mil personas con menos de 10 reses– está en riesgo
frente al TLC con USA y UE. Por supuesto, no seremos los únicos damnificados.
La
experiencia de México con el Nafta debe servir. Allí, 150 mil de 180 mil
ganaderos fueron expulsados del sector por la dura competencia y la pobreza
pasó del 66% en 1992 a 81% en 1996, a sólo 4 años del inicio del TLC. Aunque 16
años después la situación no cambia sustancialmente, pues en 2010 el 61% de su
población es pobre. ¿Podemos evitar que nos ocurra lo mismo? Es hora de una
profunda reflexión sobre nuestra ruralidad.
Entre 2002
y 2011 la pobreza rural apenas disminuyó anualmente 3 puntos porcentuales y
mientras en las ciudades hoy llega al 30%, en el campo es del 46%. Es decir, 16
puntos por encima de las urbes y 12 puntos más del registro nacional. Además,
la pobreza extrema rural es 3 veces más alta (22,1%) que en las cabeceras (7%)
y el doble de la nacional (10,6%). Desde el Índice de Pobreza Multidimensional
el panorama es más crítico, pues involucra al 53% de la población rural, frente
al 22% de la urbana. Así, en una zona que alberga 12 millones de habitantes, 6
millones malviven con menos de $2.900 diarios.
Si los
oídos han sido sordos a nuestras reiteradas preocupaciones, frente a lo que
consideramos una apertura a ultranza, hoy guardamos esperanza que el
“superministro” del Departamento Administrativo de Prosperidad Social, vuelva
sus ojos a la pobreza rural. Es un mal estructural, que se expresa en déficit de
vivienda de 2,2 millones de unidades –50% del total nacional–, un ingreso
percápita 65% menor que en las ciudades, 94% de empleo informal, déficit de
alcantarillado del 85% y 20% de analfabetismo.
Necesitamos
evitar que los pobres sean aún más pobres y que otro batallón se sume a sus
filas. Pero, no podemos curar un flagelo endémico con asistencialismo. Urgen
políticas de envergadura social, económica y de desarrollo rural, para
atajar las amenazas de mayor inequidad. El esfuerzo pasa por articular la institucionalidad,
pública y privada, para diseñar programas e instrumentos para enfrentar el
choque externo que se avecina.
En esta
cruzada los gremios estamos dispuestos a trabajar con el gobierno, para
habilitar acceso a vivienda rural, dotar de vías al campo, ofrecer asistencia
técnica, programas asociativos y capacitación, entre otros frentes que pueden
mejorar la productividad y el ingreso rural y hacer la diferencia en el
incierto panorama que empezamos a sentir con los TLC. El momento es ahora. Fedegán
está listo. Esperar es sumar puntos a las trampas de la pobreza.
*Presidente
Ejecutivo de FEDEGÁN.
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