Por: José Félix
Lafaurie Rivera*
@jflafaurie
La difícil situación que afronta el sector agropecuario y la dimensión de los
retos asociados con la puesta en vigor de los TLC, hacen indispensable como
nunca antes, la activación real del crédito y la inversión. Vías expeditas para
mover la locomotora y sacarla del camino de la desaceleración que parece
seguir. Pero, siendo realistas, estos apoyos no avanzan a nuestro favor. La
banca enfiló baterías para restringir la “recalentada” oferta crediticia,
llevándose por delante las esperanzas del campo. A diferencia de los pudientes
sectores urbanos, la ruralidad nunca les ha sido atractiva. No es sujeto de
préstamos, pero tampoco de inversión. Hoy las vedettes, industrial y
minera, incluso el consumo, acaparan los privilegios.
La coyuntura vuelve a ventilar males estructurales, que perpetúan las brechas
ciudad-campo. Mientras en la primera están los clientes “triple A”, que
satisfacen las exigencias del sistema financiero –con rentas elevadas y bajos
riesgos– al otro lado, la búsqueda de prestatarios se agota. Allí el peligro de
la cartera aumenta, las garantías no sirven y la rentabilidad es baja. Esa es la
fría lectura que hacen los banqueros. Así se desprende de la última encuesta
realizada por el Banco de la República y se ratifica con la negativa de los
intermediarios, para colocar créditos a los afectados por la ola invernal,
aunque tenían asegurado su margen de ganancia y los recursos eran del Estado.
Las cifras son elocuentes. El crédito de fomento alcanza el 1,2% como
proporción del PIB de 2011, en tanto que la cartera comercial asciende al 21%.
De este monto, el 64% se concentra en 4 subsectores –industria, comercio,
intermediación financiera y construcción– mientras que la participación de
todas las actividades agropecuarias no pasa del 3,1%. Lejos de promedio en
América Latina que es del 9%. Además, la dinámica al primer trimestre de 2012,
muestra que la cartera agropecuaria sólo creció 4,2%, pero en sectores como el
constructor aumentó 37%, en comercio el 11%, y en minería el 17%. Asombra la
lenta irrigación de recursos hacia el campo, cuando se adelanta la
reconstrucción de los sistemas productivos tras el fenómeno de La Niña y se
apresta a enfrentar los TLC.
Me pregunto ¿por qué un sector como el agropecuario, que pesa el 6% del PIB y
genera el 18% del empleo, sólo recibe el 3% del crédito? Entre tanto, la
industria –que participa con el 12% del PIB y crea el 13% de los
puestos–usufructúa el 21% de los préstamos ¿Cómo hacer posible la formación
bruta de capital fijo y elevar la competitividad y rentabilidad de la
locomotora agropecuaria, sin apalancamiento financiero? Y es que los recursos
no llegan ni por la banca nacional, ni por los inversionistas extranjeros, ni
de la mano del Estado.
De los US$8.950 millones que han ingresado al país en lo corrido de este año
por Inversión Extranjera Directa, el 82% se ha dirigido a petróleo y minería y
sólo el 1% ha virado hacia los sectores agropecuarios. Pero, además, de los
$5.3 billones que ha invertido el Gobierno Nacional para solventar los estragos
invernales, apenas el 8% se ha destinado para atender a ganaderos y
agricultores, los mayores afectados del histórico desastre natural.
No podemos seguir por esta senda. Nunca como ahora habían sido tan gravosas las
condiciones para la ruralidad, con la resaca del invierno, las deplorables
condiciones sociales y de violencia y el escenario de mayores importaciones
agroalimentarias. El panorama obliga a buscar alternativas de crédito y
facilitar el acceso al mismo. Necesitamos aumentar la dinámica de los programas
de financiación derivada de la iniciativa y los recursos de Estado y reformular
la política crediticia de la banca comercial. Puntos neurálgicos para
incentivar el desarrollo agropecuario.
*Presidente Ejecutivo de Fedegán.
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