@jflafaurie
Todo estaba dispuesto para que la jornada del 9 de abril fuera masiva,
pero apenas alcanzó un éxito relativo en Bogotá. Sin duda, porque detrás
de la movilización capitalina, se aliaron intereses políticos disímiles, pero
vitales para cada sector convocante. La declaratoria de “día cívico” con
invitación a marchar “por la paz, la democracia y la defensa de lo
público”, sumada a la participación de las entidades gubernamentales, con
Presidente y ministros a bordo, fueron parte de la estrategia. Como nunca
antes, agua y aceite cuajaron y, a su lado, también Marcha Patriótica desplegó
operativos –financiados por las Farc, según el MinDefensa– para sumar adeptos.
En medio quedaron los ciudadanos que caminaron por la paz, inocentes del
trasfondo que se cocina en La Habana.
La marcha dio para todos, menos para las víctimas. El Gobierno despachó
temprano su obligación legal de hacerles un homenaje y se dedicó a meterle
“oxígeno popular” a las negociaciones con las Farc con propósito
reeleccionista. Marcha Patriótica se propuso encumbrar a las Farc y darse
vitrina como el actor político que espera, algún día, cobijar a los
parlamentarios farianos. Y lo logró, como coprotagonista al lado del Presidente
y el Alcalde de Bogotá, después de un extraordinario esfuerzo económico para
traer desde todos los puntos cardinales del país rural, indígenas y campesinos
que repetían consignas ajenas y enarbolaban la bandera Chavista.
Así, la solidaridad con las víctimas y la paz quedó relegada, sólo
reivindicadas por algunos incautos. Una multitud heterogénea que no marchó por
la negociación con un grupo narcoterrorista –que en el día de las víctimas
seguía negando su condición de victimario–, ni por un acuerdo del que nada
conoce, porque el Gobierno, como el Pibe, se limita a declarar que “todo va
bien”. Tal vez marcharon por un anhelo de paz que todos compartimos, aunque
habrían salido espantados si se les dicen que en Cuba se negocia una precaria
paz, con la promesa de curules para “Timochencko”, “Iván Márquez” o
“Catatumbo”.
La calle, lejos de aclarar el panorama lo enrareció. Evidenció la
polarización y las dudas frente al proceso de La Habana. El ausentismo en el
resto del país, fue una condena de las mayorías contra las Farc y de espaldas
al mismo proceso. El gentío y los discursos no fueron suficientes para dar
legitimidad a las negociaciones. Por el contrario, alimentaron la frustración
de los colombianos que anhelamos la paz y sabemos que el camino no ha sido el
correcto y traería efectos perversos que nadie incluye en sus cálculos
políticos.
Ganaron las Farc, no sólo por la ventana de legitimación política,
nacional e internacional, sino porque gracias a la marcha se inició el camino
para el Foro, que habilitará la participación en política de uno de los
principales victimarios. Al menos el Ministerio Público recogió las
inquietudes que he reiterado desde el inicio del proceso de paz: la imposibilidad
de garantizar los derechos de las víctimas, la de cercenarle las manos a la
justicia para condenar a quienes ordenaron y ejecutaron delitos de lesa
humanidad y, por esta vía, hacer agua la no repetición.
No fuimos a la marcha, como no lo hicimos al “Foro Agropecuario”, ni
iremos a ningún evento que promuevan las mesas de negociación, hasta tanto
tengamos claridad sobre los tangibles e intangibles que se están entregando a
las Farc. Hasta tanto se de visibilidad y reconocimiento a las víctimas en su
justa medida y se garantice a esta sociedad que, luego de 50 años de barbarie,
no seremos gobernados por quienes ordenaron masacres y secuestros. Mínimos para
una catarsis que nos conduzcan a una reunificación estable como nación. Bien
dice el Procurador, la paz no puede ser pretexto para la impunidad.
*Presidente Ejecutivo de Fedegán
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