Por: José Félix
Lafaurie Rivera*
@jflafaurie
No deja de
sorprender la falta de coherencia de este Gobierno en el manejo de las
tensiones sociales. La protesta legítima ya no es válida, es inocua porque no
impacta: no conduce a nada. El Ejecutivo se volvió experto en ceder al chantaje
de los violentos. Las armas y el delito son los que capturan su atención para
el trámite de los reclamos. El Estado quedó hipotecado en La Habana. Las Farc
lo saben y el Gobierno también. De ahí la negativa a establecer una mesa única
para conjurar el paro agrario, so pretexto de que sería trasladar a Bogotá las
negociaciones con las Farc en Cuba. Ahora no puede negar que es rehén de los diálogos.
Así las cosas, si
el Gobierno es consciente que desde La Habana programaron una estrategia de
paros escalonados y de largo plazo ¿por qué no enfrenta el tema? Incluso, si
tiene clara la infiltración guerrillera en las manifestaciones –la de “dignidad
cafetera”, el Catatumbo y ahora la agropecuaria– pregunto ¿por qué en lugar de
traer la mesa de La Habana a Bogotá, no lleva los paros a Cuba y suspende la
negociación, hasta que exista garantía de que en “la calle” están los legítimos
afectados, es decir, los productores agropecuarios arruinados y no los
milicianos farianos que propician los desórdenes? Ahí está la clave.
Pero el Gobierno
prefiere subestimar el fermento real del malestar social y menospreciar la
protesta pacífica. Un camino peligroso que le puede dejar sorpresas
indeseables. A fin de cuentas sus anuncios de millonarias inversiones ya no
convencen y es evidente la fractura de la confianza ciudadana. El Gobierno no
escucha, no resuelve, no previene, interviene en forma torpe y tardía, promete
pero no cumple y su tecnocracia acusa una parálisis insostenible. Ahí está la
crisis del sector cafetero, los transportadores o los lecheros que llevan años,
no meses, tratando de hacerse oír por las instituciones que, según el
Presidente Santos, son el canal para resolver los disensos. Pero, claro, como
no hay violencia no hay negociación, ni trámite efectivo de los derechos.
Causa escozor la
conclusión del Presidente frente al paro agropecuario: “no ha sido de la
magnitud que se esperaba”, menos en las regiones donde las guerrillas activaron
las vías de hecho para debilitar políticamente al Gobierno. A esos puntos
violentos, no llegan los escuadrones del Esmad, sino los ministros. En Pasto,
por ejemplo, se prohibió el ingreso de los lecheros a la mesa de concertación
con los indígenas, cuando son ellos los que están atizando las refriegas y
generando perjuicios a la economía regional. ¿Cuánto tiempo debe esperar,
entonces, el sector productivo para que el Gobierno separe el grano de la paja,
asuma la responsabilidad ante la problemática acumulada en estos años y
dialogue con los actores legítimos?
El precio de un
paro prolongado, con bloqueo de vías y violencia rampante, es alarmante en
Meta, Arauca, Boyacá, Risaralda, Nariño, Putumayo, Antioquia y Cauca. Sabe el
Gobierno que el impacto de la eventual pérdida de la producción de café, arroz,
papa, cebolla, leche, legumbres o frutas, no se sentirá únicamente en el campo
y el bolsillo de los colombianos, sino en las cifras de la economía. Es hora de
remontar en el desastroso manejo de la crisis y habilitar un ejercicio democrático,
para atender los reclamos legítimos, sobre la base de que la autoridad no es
negociable. En ese esfuerzo el Ejecutivo está obligado a sincerar el diagnóstico,
para atender problemas comunes a los subsectores y, sobre todo, acabar con la
arrogancia que discrimina y retalia en privado, pero en público esgrime un
discurso demócrata y amplio.
*Presidente
Ejecutivo de Fedegán.
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