José Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie
El balance de la primera vuelta para
elección presidencial dejó entre los perdedores, sin lugar a dudas, a la gran
prensa nacional, que hubo de morder el polvo por la derrota del candidato de
sus entrañas.
En efecto, el candidato-presidente
tenía bajo su control lo más granado e influyente de los grandes medios, con El
Tiempo a la cabeza, la revista SEMANA, los dos canales privados y sus cadenas
radiales gemelas. No recuerdo en los últimos tiempos tan pronunciado y
ostentoso desequilibrio informativo y de opinión en una campaña, pues no fue
armado solamente desde la línea editorial de los medios y desde sus secciones
informativas, sino también desde la posición, que se presume autónoma, de sus
columnistas, sumados en gavilla de tinte plebiscitario a la candidatura de
Santos y a las mal llamadas negociaciones de paz.
Cobrada la cabeza de Fernando
Londoño, quedamos apenas unos pocos mosqueteros blandiendo en solitario
la espada en defensa de la campaña de Óscar Iván Zuluaga, en el centro de la
encerrona, espalda con espalda para responder al ataque masivo y atrabiliario
contra todo lo que sonara a Centro Democrático, a Uribe o a Zuluaga. No en
vano, uno de los decanos del periodismo colombiano, Juan Gossaín, habría de
calificar de “sencillamente asqueroso” el manejo que los medios dieron a la
campaña.
La prensa bajó de su olimpo y
ensució los pies en el cieno de la manipulación descarada de información para
hacerle daño a Zuluaga, llegando inclusive a la peligrosa estigmatización. La
última columna de María Jimena Duzán -en SEMANA por supuesto- es paradigmática.
En ella la periodista advierte que no tendría la desfachatez de comparar a
Uribe con Hitler, pero con más desfachatez de la que niega, no solo lo acusa de
envolver al país en “grandes mentiras” como las que llevaron a la Alemania nazi
a la infamia del holocausto, sino que no se reserva prudencia alguna para
tildarlo irresponsablemente de ser “el líder de una ultraderecha
peligrosa”, atributo que se suma a otros como los de ‘fascista’ y ‘enemigo
de la paz’, que desde el Gobierno se vienen lanzando, amplificados por
los medios, contra quienes planteamos diferencias frente a las negociaciones
con las Farc y a la media verdad -¿mentira?- de una paz que se avecina, pero
condicionada a la reelección.
La semana anterior rematé afirmando
que “los votantes pondrán las cosas en su lugar”, y así fue. La primera puesta
en su lugar por los resultados electorales fue la gran prensa, que construyó
con intencionalidad de explosivista el imaginario -que terminó creyéndose- de
un Zuluaga sin autonomía, sin ideas propias, sin carácter ni fundamentos éticos
y hasta sin ‘ángel’; y pretendió vendérselo a la opinión a partir de un
bombardeo mediático sin precedentes. Pero los colombianos no lo compraron en
las urnas. El triunfo de Zuluaga fue rutilante.
Quedó en evidencia la distancia
entre las posiciones comprometidas de la prensa -asquerosas para Gossaín- y el
sentir espontáneo de la ciudadanía, que le dijo NO al matoneo mediático al
estilo Duzán, rechazó fastidiada la absorbente propaganda gubernamental y le
dijo SÍ a un candidato con propuestas serias y contundentes. Una opinión que
perdió su “fe de carbonero” frente a una prensa aferrada a su arrogancia
dogmática de otros tiempos.
Hay otro mundo afuera del que leemos
en periódicos, vemos en noticieros y escuchamos por radio, que hoy está siendo
develado por las redes sociales principalmente. Ese descubrimiento fue la
ganancia de los colombianos y la gran pérdida de la prensa derrotada.