José Félix
Lafaurie Rivera
@jflafaurie
Durante
la última década Colombia ha suscrito más de una docena de Tratados de Libre
Comercio, cuyos procesos de desgravación avanzan sin tregua con resultados que,
definitivamente, no se compadecen con la promesa de valor de las negociaciones
y las solemnes ceremonias de ratificación, que ofrecían enormes mercados para
nuestros productos y, para los consumidores colombianos, el beneficio de una
inmensa oferta global compitiendo de igual a igual en nuestro mercado local.
La negociaciones
debían equilibrar las enormes asimetrías de nuestra economía con las de países
como Estados Unidos o grupos como la Unión Europea, y en el caso del sector
agropecuario, el Gobierno se comprometió a acometer una Agenda Interna para actualizar
lainfraestructura física y social del campo -nuestra principal desventaja
competitiva- y reconvertir la estructura productiva de los renglones sensibles.
Nada
de eso sucedió. Con la Unión Europea la negociación láctea fue tan desastrosa
que la contraparte lo reconoció y se comprometió con recursos para la
reconversión. Con Estados Unidos las negociaciones y la aprobación ocuparon casi
nueve años, un tiempo precioso que, infortunadamente, fue desperdiciado. Hoy, dos
años después de su entrada en vigencia y 11 desde que se empezó a negociar, ha
habido documentos Conpes, leyes, decretosy muchas promesas, pero muy pocos
resultados en reconversión productiva y admisibilidad sanitaria.
Hemos
dado pasos atrás en seguridad, y en infraestructura el país no difiere mucho
del de 2003. Apenas se está tratando de terminar las dobles calzadas que se
iniciaron en la época, pero la red terciaria sigue igual o peor. En riego no se
ha avanzado un ápice; la promesa de control al costo de los insumos sigue
incumplida, el crédito agropecuario insuficiente y a espaldas de la realidad
productiva, y la situación en educación, salud y vivienda rural no presenta
modificaciones.
Nuestros
competidores corren a gran velocidad y nosotros quedamos varados en la mitad de
la pista, sin que nadie saque una bandera amarilla para que no nos atropellen.No
se trata de posiciones apocalípticas sino de realidades. Los TLC se
convirtieron en tratados ‘embudo’ para el ingreso de importaciones, pero sin
oportunidades para las exportaciones colombianas, una situación que también
genera alarmas en la industria.
Las
cifras lo confirman. La balanza comercial fue
deficitaria en US$315 millones en los dos primeros meses y puede llegara US$2.000 millones en 2014. Con Estados
Unidos pasamos de un saldo positivo superior a US$9.000 millones en 2011, a uno
inferior a US$3.000 en 2013. El déficit comercial con Mercosur fue de US$2.123 millones
y con México de US$4.436, mientras que con la Unión Europea se registra
tendencia a la baja.Como si fuera poco, la revaluación tampoco ayuda, pues en
2003 la tasa de cambio estaba en un promedio cercano a $3.000 por dólar,
mientras la actual no logra estabilizarse en $2.000, con una pérdida de
competitividad cambiaria del 33%.
Por
ello, si los gobiernos no hicieron lo que tenían que hacer, la suspensión de esa
carrera entre competidores desiguales es una posibilidad que debería
considerarse, a pesar de las dificultades. Intentarlo es un imperativo social y
ético para el Gobierno.En el caso de la leche, se amenaza la subsistencia de
300.000 familias, la mayoríade pequeños productores campesinos, para quienes la
quincena lechera es su salario mínimo.
No se
trata de una renegociación, sino de la suspensión temporal de los procesos de
desgravación, para que el Gobierno cumpla la Agenda Interna y el sector
productivo acelerela reconversión. De no ser posible, habrá que redoblar
esfuerzos para hacer competitivo al sector y salvar al campo de un desastre
social.
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