viernes, 27 de junio de 2014

¡Colombianos: a las cosas, a las cosas!



José Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie

Parafraseo esta arenga magnífica de Ortega y Gasset a los argentinos en 1939, porque viene como anillo al dedo tras la agitada contienda electoral en la que el país, literalmente, quedó partido en dos en cuanto a la percepción sobre el manejo del Estado en general y sobre las negociaciones con las Farc.

Pero la democracia ya dio su veredicto, y ahora debemos concentrarnos en lo urgente y prioritario. Ahora solo queda “dejarse de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos”, como les espetaba el filósofo a los argentinos, al tiempo que los invitaba “…de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más”.

Es lo que toca, pasar del debate al acuerdo sobre lo fundamental, de la promesa al programa, del programa a la acción. Aún a quienes nuestras convicciones nos dejan en la otra orilla, no nos corresponde apostarle al fracaso del Gobierno –una mezquindad imperdonable–, sino sumarnos en aquello que podemos compartir y en lo que podemos aportar –que es mucho–, hacer seguimiento a las promesas y seguir ventilando nuestras diferencias en el marco de una postura constructiva.

Dentro de esa concepción, me limito en estas líneas a mi preocupación por la producción agropecuaria y la suerte del campo. Sobre el particular, el jefe negociador en La Habana ha sostenido que el Desarrollo Rural Integral hay que hacerlo con las Farc o sin ellas. Pues bien, ¡a las cosas!, a qué esperar a la firma de unos acuerdos si, para el Gobierno, la recuperación del campo quedó como uno de sus grandes compromisos.

¡A las cosas! ¿Cuáles son las metas para cuatro años en recuperación de la red vial terciaria, cuáles los mecanismos para acabar con el ‘peloteo’ entre el Gobierno central y las entidades territoriales –los municipios sobre todo–. Cuáles son las metas en distritos de riego; cuántos kilómetros, en qué regiones y bajo qué condiciones?

¿Cómo va el Gobierno a seleccionar los proyectos financiables por el Pacto Agrario entre los 4.460 presentados. Cómo evitar que ese billón de pesos no se convierta en una repartición dispersa e ineficiente, sino articulada a una política de desarrollo rural integral. Cómo evitar que se vaya por el sumidero de la corrupción?

¿Cómo agrupar a los pequeños productores–los lecheros entre ellos– y a los que se sumarán con los procesos de restitución. Cómo cumplirles la promesa de que no quedarán abandonados con su parcela. Cómo integrarlos al mercado. Cómo articular la producción campesina con la empresarial. Cómo fomentar y modernizar esta última, no solo para aprovechar las oportunidades del mercado mundial sino para no ser aplastados por los TLC?

¿Cuáles son las estrategias para reducir el costo de insumos vitales como semillas, abonos y concentrados. Cuáles las que garanticen tarifas de energía que consulten la realidad de la producción. Cuántas escuelas, cuántas viviendas, cuántos centros de salud. Cuál va a ser el presupuesto anual para esa gran estrategia de choque?

¡A las cosas! Nadie pretende remediar en cuatro años más de medio siglo de atraso, empezando por recuperar, con las Farc o sin ellas, el espacio perdido en seguridad. Por eso debemos ocuparnos de las cosas, pero ya, y todos. Para lograrlo, un Gobierno que “no reconoce enemigos” debe restablecer los puentes con la institucionalidad gremial, porque el momento no está para descalificaciones ni retaliaciones, sino para acciones y resultados.

Los gremios están dispuestos a trabajar donde y cuando sea necesario, con ahínco y dentro de una norma de mutuo respeto. De una vez, bravamente, abrámosle el pecho a las cosas.

viernes, 20 de junio de 2014

Voltear la página



José Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie

Concluido el debate electoral con la victoria reeleccionista de Juan Manuel Santos, a quienes hacemos parte de esos siete millones de colombianos que por la firmeza de nuestras convicciones nos apartamos de la propuesta de una paz incierta, hoy se nos invita a voltear sencillamente la página, a hacer “borrón y cuenta nueva”, a superar toda diferencia y unir fuerzas alrededor de ese concepto inacabado de paz con todas sus consecuencias.

Claro que hay que pasar la página de la contienda electoral. La democracia le pone fin a las controversias políticas por vía del voto. Y una vez superada la justa electoral, su veredicto es inapelable. No obstante los cuestionamientos sobre abusos de poder durante la campaña y las graves deficiencias de nuestro sistema electoral, reconocemos el resultado. Nos lo impone nuestro apego al imperio de la Ley como principio rector y a la preservación de nuestras instituciones como fundamento del pacto social al que todos estamos obligados. Es un asunto de coherencia.

Pero la cosa no es tan sencilla. Yo lo pondría en estos términos: vamos a voltear la página pero no vamos a cerrar el libro de nuestras ideas, principios y convicciones. Una vez más, es un asunto de coherencia.

Con el respeto del gobernado hacia el gobernante, pero con la independencia del ciudadano, a quien el cumplimiento de su deber frente a las urnas le otorga con toda legitimidad su derecho al disenso, queremos creerle al presidente reelecto cuando anuncia que “no reconoce enemigos”, porque entendemos que pensar diferente al Gobierno no es sinónimo de ser enemigo del Gobierno, siempre y cuando esas diferencias se zanjen en el marco de la Ley, que no apelando a la violencia y al terrorismo, como hoy, infortunadamente, sucede con los interlocutores en la mesa de negociaciones de La Habana.

Así nuestros desacuerdos sean en los temas trascendentales de la negociación y la paz, o en los que hacen parte de nuestra entraña ideológica, como el imperio de la Ley y la Justicia, o bien, frente a cualquier otro de política pública y, particularmente, de los relacionados con el sector agropecuario y el desarrollo rural, siempre seguiremos poniendo por delante el respeto a la diferencia, exigiendo con dignidad y firmeza el mismo tratamiento.

Continuaremos defendiendo con ahínco derechos fundantes como la seguridad y la legítima propiedad privada. También queremos creer en los pronunciamientos del jefe negociador y el primer mandatario, pero conocemos de vieja data los postulados sexagenarios de las Farc sobre la combinación de las formas de lucha, la toma del poder y la reforma agraria expropiatoria; diferencias que han dejado grandes fichas sin colocar -salvedades pendientes- en el rompecabezas de los acuerdos parciales.

Estaremos donde se nos convoque. Trabajaremos con el Gobierno, como lo hemos hecho, mejorando la productividad ganadera y las condiciones de vida del campo. Sin renunciar a nuestra posición crítica y nuestra independencia, aplaudiremos lo que merezca nuestro aplauso, y objetaremos y exigiremos lo que sea menester, siempre a la luz de los intereses y expectativas de los ganaderos, del campo y del país. No somos una vaca muerta en el camino, pero tampoco un cheque en blanco.

Los lectores habrán percibido que, en esta ocasión, me he tomado la licencia de escribir no solo como columnista independiente sino como dirigente gremial. Pero el mensaje es uno solo: para la ganadería, para el campo y el país, voltear la página no es renunciar a las propias convicciones, es seguir marchando hacia delante con ellas, con tesón y respeto. Siempre hacia delante.

viernes, 13 de junio de 2014

Mi elección por la coherencia



José Félix Lafaurie Rivera

@jflafaurie

“No hagas ni digas nada que te impida mirarte al espejo cuando te estés afeitando”. No es una frase de ocasión para armar una columna; es un consejo de mi padre, que siempre llevo presente y recordaré al depositar mi voto por lo que encarna Óscar Iván Zuluaga, algo que ya habrá sucedido cuando estas líneas lleguen a los lectores. Para entonces, ellos mismos habrán expresado democráticamente su opción y el país habrá tomado una decisión de futuro.

El ejercicio de la política, tan envilecido en nuestra patria, se nutre de la posición de los ciudadanos comprometidos con una visión de país, expresada a través del sufragio. Y esa posición política individual, que favorece a uno u otro candidato, es un asunto de corazón y de convicciones, que no de personas y, menos aún, de prebendas, contraprestaciones o intereses disfrazados. Lo que pienso y lo que digo es lo que procuro hacer y, en este caso, será lo que haga con mi voto. 

En el entretanto, si Clara López dice un día ante el país que está “convencida” de que la paz no pasa por la reelección de Santos, porque él no es capaz de estructurarla, ocho días después no puede caer de bruces a gritarles a los colombianos que solo con Santos podemos llegar a la paz. Si Petro, que no esconde sus aspiraciones para 2018, dice un día que Santos es un tramposo, no puede, pocos días después, desmantelar aún más el ya desmantelado Distrito Capital, y salir a entregarle su apoyo entusiasta. Si Claudia López afirma un día que “es imposible apoyar al presidente Santos” porque “no entiende nada”, está “desconectado de las regiones” y ha asaltado el presupuesto para hacerse reelegir, no puede, desde esa presunción de corrupción e incompetencia, cantar hoy su apoyo ni siquiera con el argumento de La Paz. Ni que decir del empresariado dueño de los grandes contratos y los grandes medios, que en la puerta del horno, le apuesta a la preservación de sus intereses sin mayores traumatismos.

No sé ellos, pero yo podré mirarme al espejo con tranquilidad el 16 de junio. Lo digo sin arrogancia. Siempre habré ganado porque no renuncié a mis convicciones, las mismas que inspiraron mi decisión en 2010 por Juan Manuel Santos, cuando tampoco voté por una persona sino por lo que ella encarnaba.

Hoy mi credo es el mismo: el imperio de la Ley como máxima norma de convivencia y verdadera “llave” de una paz perdurable; la seguridad para todos como derecho inalienable y bien fundante para cualquier proyecto de desarrollo y de Nación; la persecución del delito en todas sus formas; el respeto a la legítima propiedad privada, la recuperación del campo como política de Estado y, por supuesto, creo en la puerta abierta a la negociación, mas no de la paz, que es un fin superior y colectivo, sino del fin de la violencia narcoterrorista, pero en el marco de la Constitución y la Ley, de la dignidad y la soberanía nacional, acordando con generosidad, es decir, dentro de un régimen de justicia transicional, la reincorporación de las Farc a la sociedad y a nuestro ordenamiento democrático, pero nunca la transformación de tal ordenamiento a su acomodo, en contra de la Constitución y la Ley, y bajo el yugo extorsivo de las armas.


Esa fue mi elección en 2010 y debo decir que me sentí traicionado. Esa es mi elección en 2014, hoy rescatada en la propuesta de OIZ, y sé muy bien que no me sentiré traicionado. Es mi elección por la coherencia.