José
Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie
“No
hagas ni digas nada que te impida mirarte al espejo cuando te estés
afeitando”. No
es una frase de ocasión para armar una columna; es un consejo de mi padre, que
siempre llevo presente y recordaré al depositar mi voto por lo que encarna
Óscar Iván Zuluaga, algo que ya habrá sucedido cuando estas líneas lleguen a
los lectores. Para entonces, ellos mismos habrán expresado democráticamente su
opción y el país habrá tomado una decisión de futuro.
El
ejercicio de la política, tan envilecido en nuestra patria, se nutre de la
posición de los ciudadanos comprometidos con una visión de país, expresada a
través del sufragio. Y esa posición política individual, que favorece a uno u
otro candidato, es un asunto de corazón y de convicciones, que no de personas
y, menos aún, de prebendas, contraprestaciones o intereses disfrazados. Lo que
pienso y lo que digo es lo que procuro hacer y, en este caso, será lo que haga
con mi voto.
En el
entretanto, si Clara López dice un día ante el país que está “convencida” de
que la paz no pasa por la reelección de Santos, porque él no es capaz de
estructurarla, ocho días después no puede caer de bruces a gritarles a los
colombianos que solo con Santos podemos llegar a la paz. Si Petro, que no
esconde sus aspiraciones para 2018, dice un día que Santos es un tramposo, no
puede, pocos días después, desmantelar aún más el ya desmantelado Distrito
Capital, y salir a entregarle su apoyo entusiasta. Si Claudia López afirma un
día que “es imposible apoyar al presidente Santos” porque “no entiende nada”,
está “desconectado de las regiones” y ha asaltado el presupuesto para hacerse
reelegir, no puede, desde esa presunción de corrupción e incompetencia, cantar
hoy su apoyo ni siquiera con el argumento de La Paz. Ni que decir del
empresariado dueño de los grandes contratos y los grandes medios, que en la
puerta del horno, le apuesta a la preservación de sus intereses sin mayores
traumatismos.
No sé
ellos, pero yo podré mirarme al espejo con tranquilidad el 16 de junio. Lo digo sin arrogancia.
Siempre habré ganado porque no renuncié a mis convicciones, las mismas que
inspiraron mi decisión en 2010 por Juan Manuel Santos, cuando tampoco voté por
una persona sino por lo que ella encarnaba.
Hoy mi
credo es el mismo: el imperio de la Ley como máxima norma de convivencia y
verdadera “llave” de una paz perdurable; la seguridad para todos como derecho
inalienable y bien fundante para cualquier proyecto de desarrollo y de Nación;
la persecución del delito en todas sus formas; el respeto a la legítima
propiedad privada, la recuperación del campo como política de Estado y, por
supuesto, creo en la puerta abierta a la negociación, mas no de la paz, que es
un fin superior y colectivo, sino del fin de la violencia narcoterrorista, pero
en el marco de la Constitución y la Ley, de la dignidad y la soberanía
nacional, acordando con generosidad, es decir, dentro de un régimen de justicia
transicional, la reincorporación de las Farc a la sociedad y a nuestro
ordenamiento democrático, pero nunca la transformación de tal ordenamiento a su
acomodo, en contra de la Constitución y la Ley, y bajo el yugo extorsivo de las
armas.
Esa fue mi
elección en 2010 y debo decir que me sentí traicionado. Esa es mi elección en
2014, hoy rescatada en la propuesta de OIZ, y sé muy bien que no me sentiré
traicionado. Es mi elección por la coherencia.
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