José
Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie
Además de los cuestionados “parafiscales
laborales”, hay en Colombia otras formas de parafiscalidad no menos
importantes, la agropecuaria entre ellas, que consiste en el aporte de
contribuciones obligatorias por parte de los productores de diferentes
renglones de la economía rural, destinadas al fomento de dichas actividades y
administradas por sus gremios más representativos, bajo el control del Estado,
a través de los llamados Fondos de Fomento.
Se trata de un instrumento de política pública
que el país poco conoce, aunque está detrás de logros como la promoción
internacional del café colombiano a través de la marca Juan Valdez, la
certificación internacional del país como libre de fiebre aftosa, definitiva
para la ganadería, el crecimiento del consumo nacional de carne porcina y de
pollo, la investigación para el desarrollo del cultivo de palma africana y un
sinnúmero de resultados en otros renglones, que nunca se habrían logrado con
los recursos siempre escasos del presupuesto nacional para el sector
agropecuario.
No obstante, la parafiscalidad agropecuaria
también ha recibido ataques periódicos desde diferentes frentes: los gurús que
defienden teorías económicas en boga sin conocer la realidad rural más allá de
sus fincas de recreo; los competidores internacionales que intentaron exigir su
eliminación en las negociaciones de los TLC; e incluso los gobiernos en
respuesta a presiones de sectores interesados, ya sea en la eliminación de las
contribuciones o en hacerse a su administración. Un exministro de Agricultura
llegó a proponer, hace varios años, echar a una sola olla todos los renglones
de la producción y hacer un solo fondo agropecuario –literalmente un sancocho–,
imposible de administrar y de controlar.
Otro exministro más reciente decidió usar la
parafiscalidad para retaliar contra quienes osaban asumir posiciones legítimas
pero apartadas de las del Gobierno, lo cual derivó en una verdadera persecución
contra Fedegán principalmente, como entidad administradora del Fondo Nacional
del Ganado, persecución que hacía parte también de un singular desprecio por la
institucionalidad gremial, para dar protagonismo a movimientos más “populares”
que apoyaran las negociaciones de La Habana, aunque terminaron mordiéndole la
mano a su protector y protagonizando los paros agrarios más violentos y
perjudiciales de los últimos tiempos.
Se prendió una chispa que hoy es incendio
amenazante para la parafiscalidad agropecuaria y la institucionalidad gremial.
El Ministerio de Agricultura del primer gobierno Santos llegó a contratar una
auditoría externa millonaria – ¡mil millones del erario público! – contra el
Fondo del Ganado y otros dos fondos, contratación que no solo desestimó la
función fiscalizadora de la Contraloría General de la República, sino que fue
cuestionada por este órgano de control del Estado.
No obstante, la Contraloría misma,
contagiada del mismo mal, lanzó un libro sobre el tema que deja muchas dudas en
cuanto a su objetividad, no solo por sus imprecisiones, el sesgo en sus
conceptos y el manejo de PERCEPCIONES ANÓNIMAS, sino por el bochornoso
espectáculo que propició en el acto académico de su lanzamiento, en el que
Fedegán, uno de sus invitados, fue objeto de un ataque absurdo y calumnioso por
parte de uno de esos actores espurios que alimentó el exministro Restrepo para
deslegitimar la institucionalidad gremial, sin que la entidad anfitriona
hiciera algo por preservar su obligada neutralidad.
A la parafiscalidad agropecuaria la defienden
sus resultados. Es hora de que los funcionarios públicos entiendan que se deben
a la Ley y no a subalternos intereses, utilizando sus cargos y las
instituciones del Estado para retaliar contra quienes opinan diferente, así se
lleven por delante un instrumento tan valioso como la parafiscalidad.
Mientras este país sea un Estado de derecho, defenderemos nuestras instituciones.