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martes, 30 de noviembre de 2010
Todos ponen, todos ganan
lunes, 22 de noviembre de 2010
Emergencia económica para el campo
Cientos de miles de colombianos, entre ellos muchos ganaderos, claman por una ayuda para subsistir a los desastres del invierno. A la demanda por una mejor red vial terciaria, que se hiciera al Gobierno por las trochas y barrizales en las que se convirtió esta infraestructura por falta de mantenimiento, se suma el hecho de que muchos productores ya no tienen qué sacar al mercado por efecto del invierno. A la delicada situación de pérdida de vidas humanas se adiciona la de bienes y de miles de animales de toda especie. La comida para los bovinos también se ha estropeado por los potreros anegados y el pisoteo de los animales. Más de la mitad de los municipios de Colombia se encuentran inundados. No es un problema de unos pocos productores, de unos productos o de unas regiones. Es un problema nacional que demanda la aplicación de medidas excepcionales para paliar la situación. Se requiere que el Gobierno se vuelque, en su conjunto, a prestar ayuda, en forma rápida y eficaz, declarando la emergencia económica para el campo.
Para los ganaderos es una tragedia que se agrega a la ya larga lista de infortunios que han afectado la actividad en los últimos años. Arribamos al 32 Congreso Nacional de Ganaderos (Cartagena, 25 y 26 de nov.), en donde discutiremos temas de mayor importancia para el futuro de la ganadería basadas en la necesidad de una transformación productiva, en unas condiciones francamente críticas: altos costos, bajos precios, mercados inciertos y un clima que no cede en favor de los productores colombianos. Pero también entramos con unas interesantes expectativas y grandes retos, por lo menos en lo que se refiere al derrotero de la política ganadera señalada en los Conpes 3675 (lácteo) y 3676 (política sanitaria y de inocuidad), y a la entrada en vigencia de los tratados de libre comercio.
Frente a estas situaciones y con base en esos instrumentos y en los que el Gobierno señale en la declaratoria de emergencia, el sector bovino debe reaccionar y recuperarse rápidamente. El boom exportador hacia Venezuela, registrado entre 2004 y 2009, generó una serie de distorsiones de las cuales aún no nos hemos podido recuperar. Los precios del ganado gordo crecieron más allá de lo que realmente era capaz de asimilar el sector; pasaron de $2.300 kilo en pie en enero de 2005 a $3.600 en mayo de 2007, e incluso, alcanzaron a estar al doble de los precios internacionales.
La descolgada de precios, que sólo entre abril y noviembre de este año ha sido del 10%, no se traduce en un menor precio al consumidor. El mercado del ganado en pie y el de la carne tiene una serie de intermediarios informales que impiden que este estímulo natural de mercado se active –a menores precios para el consumidor, mayor demanda de producto–. En el caso de leche, la situación es aún peor. En ambos casos, carne y leche, la estructura de costos se disparó más de lo que podía absorber la ganadería y, en consecuencia, nos quedamos en el peor de los escenarios: altos costos y bajos precios.
Muchas tareas hay por delante. Por un lado, tenemos un tema de formalización muy importante en la comercialización. Por otro, los temas de la industria, que debe aprovechar las estrategias y el entorno actual. Son grandes retos que entraremos a estudiar en el próximo Congreso Nacional de Ganaderos, pero que tendremos que enfrentar en un mejor escenario productivo. Sin un apoyo decidido del Gobierno, para formalizar la comercialización, proveer suplementos alimenticios a los animales, activar el consumo social, no podremos volver a dinamizar la economía ganadera. Se requiere de la declaratoria de la emergencia económica para el campo.
*Presidente ejecutivo de FEDEGÁN.
martes, 16 de noviembre de 2010
¡Qué sequía… en diluvio!
La dramática situación que afronta más de un millón de damnificados por el invierno –pobres, entre los pobres– y, por antonomasia, los productores agropecuarios, contrasta con las ligeras críticas de algunos analistas sobre los temas rurales. Por supuesto, siempre es más fácil invertir cuando se está bajo techo, que en la intemperie. Han sido dos años sin tregua en pérdidas y dificultades para el campo, por cuenta de los fenómenos del Niño y la Niña que, prácticamente, se traslaparon con efectos destrozos que se agudizarán y se prolongarán hasta el primer trimestre de 2011.
Organismos como la FAO y Naciones Unidas ya habían predicho el mayor impacto del cambio climático sobre los países del trópico –Colombia entre ellos–, sin que aún movamos un dedo para iniciar la urgente adaptación de los sectores climáticamente sensibles. Fenómenos que antes eran esporádicos, se han vuelto más intensos e impredecibles. En Colombia El Niño se manifestó desde mayo de 2009 y para mediados de 2010, cuando ni quiera nos recuperábamos de los coletazos de las sequías, se desató La Niña con un temporal extremo de lluvias. Esta vez sin drenajes, diques de contención o dragado de ríos.
En lo corrido del año, las precipitaciones en el país se han incrementado en promedio 33% en comparación con 2009. Aunque en La Guajira, Bolívar, Atlántico, Cesar, sur de Antioquia, Santanderes, Eje Cafetero, Boyacá, Cundinamarca, Tolima o Huila se han producido aumentos superiores al 70%, e inclusive se han registrado meses dramáticos, con una pluviosidad superior al 200% frente a los históricos. No sólo las tierras ribereñas han sido afectadas por desbordamientos, sino áreas que históricamente se habían mantenido a salvo, hoy lucen anegadas.
Amplias zonas productoras hoy permanecen incomunicadas. Las vías terciarias están hechas fango, sin que los campesinos puedan sacar la muy escasa producción que sobrevive al temporal. Las inversiones en mejora de praderas, viviendas o establos literalmente se hacen agua y nadie cuantifica la muerte de semovientes, las cosechas perdidas o las plagas que se deben contener tras las inundaciones. Así es imposible programar y desarrollar una actividad con un mínimo de competitividad ¿Por qué? Contrario a lo que sucede en otras latitudes, nuestra infraestructura para la producción rural es escasa o está en muy mal estado.
Sólo hay que asomarse a Texas o Arizona, para comprobar cómo en áreas desérticas se han establecido sistemas de riego de pivote central, alimentados por caudalosos ríos, que permiten irrigar zonas distantes en más de 500 kilómetros. Europa ha hecho otro tanto en tecnologías de producción agropecuaria, o para no ir tan lejos, los casos de Brasil, Argentina o Chile, con liderazgos de competitividad tecnológica y de infraestructura reconocidos en la región.
Aquí en Colombia desde el gobierno de Laureano Gómez se ha hablado de aprovechar las ricas tierras aledañas al río Magdalena –alrededor de 5 millones de hectáreas–. Mi padre, José Vicente Lafaurie Acosta, hizo los primeros trabajos en La Mojana para darle vida y desarrollo a esa gran región en los años 50, contratado por la Tipton. No obstante, más de 10 lustros después ¿qué hemos hecho? Nada, o casi nada.
¡La sequía de ideas abunda en medio del diluvio¡ Estamos a la espera de las medidas. Al decir de la dimensión de la tragedia y de la angustia de productores y campesinos, seguramente el Congreso de la República tendrá que apropiar más recursos, vía presupuesto, para tratar de recuperar las zonas afectadas por el invierno. Un empeño que tendrá que ir más allá de apagar los incendios del cambio climático y de poner pañitos de agua tibia en materia de infraestructura productiva.
*Presidente Ejecutivo de FEDEGÁN
lunes, 8 de noviembre de 2010
Movernos rápido
El país, que venía reclamando de los Estados Unidos la falta de consistencia como aliado estratégico en el hemisferio por la no aprobación del TLC, está ad portas de enfrentar una nueva realidad. Como candidato, el presidente Barack Obama, encontró en el desmonte de los tratados de libre comercio el mejor argumento para golpear a los republicanos, pero ahora como Presidente y tras la derrota que sufrió su partido en la Cámara -en donde los Republicanos pasaron a ser mayoría con 238 curules frente a 182-, las cosas cambiaron sustancialmente, con un previsible alto impacto para Colombia.
Si bien Obama como candidato se había opuesto a la firma de TLC, como Presidente entendió la necesidad de adoptar los acuerdos comerciales no sólo para atender el crecimiento de la economía norteamericana, sino por otras consideraciones geopoliticas. Es de esperarse, por tanto, que con el cambio en el Congreso americano se apruebe, en un término bastante breve, el TLC con Colombia. Era un tema que esperamos durante los 5 últimos años, y con su segura aprobación, lo negociado empezará a generar las dinámicas de negocios que éste instrumento comporta.
Probablemente ésta sea una buena noticia para unos, pero no para todos. Es el caso del sector ganadero. Desde cuando iniciamos las negociaciones con Estados Unidos, advertimos categóricamente que no se trataba simplemente de negociar contingentes, sino de negociar acceso real y, si bien los contingentes son explícitos en el Tratado en una negociación autocontenida por sectores, en la que a la carne y a la leche le exigieron abrir mercado en Colombia para poder tener oportunidades en EU, éstas se harán ahora efectivas para ellos más no para Colombia.
Me explico. Los americanos tienen un estatus sanitario de productos que les permite poner en Colombia al día siguiente de la firma del TLC, todos los cortes finos y carne en canal que quieran, pues éstas quedaron con desgravación inmediata; en carnes industriales y vísceras podrán introducir 6.400 toneladas el primer año, con crecimiento del 5% cada año siguiente; y en lácteos, 5.000 toneladas de leche en polco, 2.100 toneladas de quesos y 1.900 toneladas de otros productos lácteos, mientras que nosotros no podremos colocar lo que nos otorgaron, porque pese a que hemos invertido más de $500 mil millones para erradicar la fiebre aftosa, más de $10.000 millones en trazabilidad, y unas sumas importantes en el ordenamiento del mercado a través de la Ley de tasas, el gobierno americano ni siquiera ha reconocido -cinco años después de haber iniciado las negociaciones-, una zona colombiana libre de aftosa para tal propósito, muy a pesar de que Colombia recibió el año pasado el estatus de país libre de fiebre aftosa con vacunación por parte de la Organización Mundial de Sanidad Animal, OIE, y le ha sido reconocido, a nivel continental, un claro sitial de respeto por haber logrado en tiempo record y bajo un esquema público-privado, ICA-FEDEGAN, la erradicación de la aftosa.
Ahora que los ejes de la política americana han cambiado, Colombia –nuestra canciller– debe entender que este cambio en la agenda es vital, y actuar en consecuencia, porque de lo contrario, la ganadería, que atraviesa una de sus peores épocas por cuenta de bajos precios, una oferta excedentaria, e impactada negativamente por factores ambientales, en donde de un agudo verano originado en el fenómeno de El Niño pasamos a un intenso invierno por la presencia del fenómeno de La Niña, que están generando cuantiosas pérdidas al sector, la avalancha de productos cárnicos y lácteos de Estados Unidos a Colombia tendrá efectos más gravosos que los que hemos señalado con la firma del TLC con la Unión Europea.
Será como la séptima plaga para el sector bovino, sin colocar siquiera un kilo de carne o un litro de leche en el mercado americano. Es hora de mover la diplomacia. Lo contrario es la ruina.
martes, 2 de noviembre de 2010
¿Por qué no cuentas en dólares?
La temida “enfermedad holandesa”, un virus mortal del que sólo se hablaba en círculos cerrados de análisis, entró esta semana en el argot del Ministro de Hacienda. ¡Quién lo diría! Un futuro de creciente inversión extrajera y bonanza minero-energética, tienen la economía amenazada. Una avalancha estimada en 178 mil millones de dólares para la próxima década y la generación anual de US$12 billones por regalías, terminarían por sepultar el dólar a niveles fatales. Un juego peligroso –en donde son más los que pierden que los que ganan–, amerita medidas agresivas más allá de la intervención del Emisor.
Tenemos una de las monedas más revaluadas del mundo. Hoy un dólar cuesta $1.026 menos que en 2003, cuando se inició el recalentamiento del peso. Es decir, una apreciación del 36%.Desde entonces, la política del Banco de la República ha sido onerosa –ha adquirido en el mercado US$12.281 millones–. Hoy tenemos un agravante: no es posible prever el fin de la debilidad del dólar. Lo único seguro, será una revaluación de largo aliento, por cuenta de la parálisis global, que aviva la estampida inversionista hacia mercados atractivos que, como el nuestro, ofrecen mejores tasas de interés.
La doble moral de este juego radica en que los dólares llegan como langostas. Pero no nos engañemos. Las inversiones de largo plazo que se prevén se dirigen a un solo sector que, como el minero-energético, es muy rentable para sus bolsillos, pero poco intensivo en mano de obra. En contrapartida, la abundancia de la divisa agravaría la revaluación del peso, arrastrando a los exportadores y la producción nacional a medida que pierden competitividad, con efectos perversos sobre empleo, ahorro y demanda agregada. No podemos olvidar los resultados de la bonanza cafetera de los setenta o la petrolera en los noventa.
Si bien, la guerra de divisas y el relajamiento monetario y fiscal en las economías desarrolladas, han vuelto impredecibles las medidas que tome el país, ello no quiere decir que no tengamos la obligación de intentar enfriar el peso. Ya se han esgrimido algunas medidas, como el control a capitales golondrina, evitar la monetización de los dividendos de Ecopetrol, ahorrar vía impuestos a las actividades mineras y hasta la denominada “regla fiscal”, para frenar la deuda del Gobierno y asegurar una política fiscal contracíclica –de ahorro y desahorro programados– de los excedentes minero-energéticos.
Pero, además, el país podría levantar la restricción para la apertura de cuentas bancarias en dólares. La medida permitiría a las entidades financieras otorgar créditos en esa moneda, los colombianos podrían realizar ciertas operaciones comerciales o transar bienes en verdes, mantener las remesas o pagos que hacen las multinacionales a sus empleados en esa divisa e inclusive materializar en ella la inversión extranjera, sin tener que monetizar o convertir a pesos. Ello desactivaría las burbujas especulativas, facilitaría un mayor control sobre el tránsito de esa moneda en el país y, por ende, contribuiría atajar la revaluación.
No deja de ser pintoresco que en una economía global, donde las divisas entran y salen de las fronteras nacionales, en Colombia sólo unos pocos tengan la prerrogativa de tener cuentas en dólares. ¿Cuánto le cuesta al aparato productivo monetizar y volver a cambiar, generando costosas comisiones que podría ahorrarse la economía con mayor eficiencia? ¿Cuánto nos cuestan los inútiles instrumentos de control de cambios, que bien podrían quedar obsoletos con abrirle espacio al dólar en el mercado? La unidad de lavado de activos puede hacer con los dólares, el mismo trabajo que hoy cumple de manera eficiente en pesos. Es cuestión de atreverse. Entonces, ¿cuál es la razón para no tener cuentas en dólares?
*Presidente Ejecutivo de FEDEGÁN
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