lunes, 7 de febrero de 2011

Las BACRIM

En los departamentos asolados por las bandas criminales ronda una calma chicha, atemperada por la fuerte presencia militar, protagonista de excepción, del recrudecimiento de la criminalidad. Dos años a lo sumo, han bastado para ver florecer una delincuencia compleja, que nutre sus filas con mercenarios de todos los pelambres. Una tendencia peligrosa, que no ha sido ajena para nuestros vecinos. Lo dijimos: un proceso de reinserción defectuoso, le puede salir caro al país. Lo más grave, es que seguimos equivocando el rumbo.

El crimen organizado cobró vida en su connivencia con guerrillas, narcotráfico y sicariato y, de contera, con excombatientes de los grupos paramilitares que se sometieron a  la Ley de Justicia y Paz, porque lo suyo no era desafiar al Estado, sino lavar los recursos de los narcóticos. De eso se habla en las regiones, donde las Bacrim mantienen su estela de terror y dineros calientes a manos llenas. Una estrategia que compra autoridades, conciencias, y adherencias sociales. Y para la muestra, el indecoroso proceder de funcionarios públicos, que fraguaron titulaciones a favor de testaferros de alias “cuchillo” o las imágenes de su multitudinario sepelio.

La creciente ola de inseguridad ha ido más allá de las goteras de los cascos urbanos. Está en las calles céntricas de Bogotá, Medellín, Barranquilla o Cali. Sus células urbanas, están haciendo la vida imposible a comerciantes y empresarios. Asaltos, extorsiones, asesinatos, secuestros y hasta masacres, que otrora fueron sal exclusiva en la herida de campesinos y agroproductores, se producen a escasas cuadras de los palacios municipales.

La sentencia: combatir las Bacrim. Pero el tema no es sólo reprimir y judicializar. A fin de cuentas, nuestro sistema penal acusatorio hace agua. Más demoran nuestras fuerzas en capturar a los infractores, que los jueces en liberarlos. Necesitamos purgar la institucionalidad local, en donde se ha enquistado el fenómeno. Instancias donde no se mueve una decisión en materia de tierras, justicia o contratación, sin que medie la corruptela que se alimenta de los millones del narcotráfico de las Bacrim. Es un tema que se ha convertido vox populi en corregimientos y veredas, así como el sigilo que ha tenido que adoptar el ejército, para dar golpes certeros a los bandidos.

Pero hay más. Es preciso darle una oportunidad de vida a cientos de jóvenes y adolescentes, que se han convertido, según el General Naranjo, en blanco de estos grupos. Pequeños reclutas desorientados, en campos y ciudades, que se transan por menos de $400.000, para asumir como matones. No es un secreto que la pobreza ronda y las oportunidades escasean. Con un agravante: los estragos del invierno y su prolongación, pueden agudizar una crisis social. ¡Se necesitan inversiones y se necesitan ya, con especial angustia en el sector rural.

Finalmente y, parafraseando al General Naranjo, es urgente que el Estado actúe con mano firme o las bandas criminales pueden “generar un gran desafío para la institucionalidad”. Nada más cierto, cuando se aprecia la estructura de militantes, cobertura geográfica y barbarie de las Bacrim. Pero la idea de meterlas en cintura, está estrechamente ligada con los “reconocimientos” que realice el propio Gobierno o la propia sociedad civil. Cualquier guiño sinuoso, podría abocar al país a darles un estatus que no tienen.


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