Agradecemos al saliente Ministro de Defensa sus buenos
oficios, en la difícil labor de mantener la lucha contra la insurgencia, el
crimen organizado y el narcoterrorismo. Infortunadamente, la reciente escalada
de violencia evidencia grietas en la estrategia ofensiva, que montaron la
política de seguridad en una bicicleta estática, como él mismo reconociera ante
los miembros de la Junta Directiva de FEDEGÁN. La pregunta es, entonces, en qué
estamos fallando. Creo que en al menos dos frentes. El primero, es que no hemos
podido eliminar los sustratos que alimentan la guerra. Y, en segundo lugar, nos
encargamos como sociedad de minar la moral de combate de nuestras tropas.
No es nuevo escudriñar en la correlación que existe
entre narco-pobreza y crimen. La connivencia de esta fuerza tripartita, ha desgarrado
por décadas al país. Con un agravante. Los avances en la guerra contra la
producción y comercialización de estupefacientes –de lejos la mayor fuente de
financiación de la insurgencia y las bandas criminales–, parecen esfumarse tras
el espurio manto de nuevas modalidades de delitos, que están nutriendo la
compra de armas. Insumo que está elevando el estatus de las BACRIM a la de
poderosos carteles, pero también reactivando la presencia de los comandos
guerrilleros.
Para quienes vivimos o producimos en la ruralidad,
escenario por antonomasia de la violencia y, en particular, para los ganaderos
–víctimas no siempre bien ponderas del conflicto–, es palpable que el hampa
está innovando. Al micro tráfico de narcóticos, se han venido sumando la micro
extorsión, el robo de maquinaria y un renovado abigeo, que en muchas partes de
nuestra geografía, ha llegado a sumar numerosas cabezas de ganado en el último
mes, con cero posibilidades de denunciar. En otras palabras, se está remozando
peligrosamente la “economía de guerra” y estamos atrapados en su juego.
El modelo económico poco ayuda. Antes bien, ha
diseminado desamparo, falta de oportunidades y precariedad de bienes públicos
en el campo, justo donde los criminales reclutan sus milicianos. A pocos
kilómetros de Cartagena, cerca del caserío de Ballestas, el hampa se disputa
una vulgar “bolsa de empleo”. Los secuestradores, extorsionistas, sicarios y
cuatreros del Atlántico se contratan allí, mientras que la gente buena, que es
mucha, tiene que callar. Allí confluye la necesidad, con lo que se pueda hacer
para ganarse la vida. Otro tanto ocurre cerca de Maicao, Ituango, Caucacia,
Ariari, Vistahermosa, Tierralta, Aguachica o el norte del Huila o Cauca. Muchas
de ellas zonas que se había recuperado, pero que hoy viven el resurgir del
miedo.
A este panorama se adiciona la mengua en la moral de
nuestros soldados y policías. Su miedo está en que la justicia y la sociedad,
se volvieron en su contra y se nutre de una estrategia de desprestigio
mediático de la institución. Han venido asistiendo al peligroso desmonte de la
Justicia Penal Militar y muchos casos que debían ser de su competencia, han
pasado a la Ordinaria.
Son estos algunos de los retos que asume el nuevo jefe
de la cartera, Juan Carlos Pinzón. Usted, señor Ministro, tendrá la obligación
de hacer confluir a las instituciones y las políticas públicas, para frenar las
nuevas amenazas que están emergiendo para la seguridad. Es un hecho que
mientras no se ataquen las fuentes que alimentan la guerra, que mientras no
acabemos con el círculo vicioso de pobreza en el campo que nutre las filas de
la insurgencia y las BACRIM y que mientras no recobremos la moral de combate
del Ejército y la Policía, la espiral de violencia continuará. Ahora usted
tiene la palabra. Le deseamos los mayores éxitos y cuente con el apoyo de los
ganaderos.
Presidente Ejecutivo de FEDEGÁN
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