@jflafaurie
El gobierno
tomó la decisión de avanzar en un diálogo con las FARC. Sin duda, se trata de
una apuesta arriesgada e incierta. Pero una vez hecho público el Acuerdo, lo
único que esperamos como resultado es el final del conflicto. Aunque tenemos
reservas, las restricciones están a la vista. Unas provenientes de los acuerdos
internacionales en la ofensiva antidrogas –la mayoría de los cabecillas están
pedidos en extradición–, del mismo Tratado de Roma –que cerró el paso a la
impunidad para los delitos de lesa humanidad– y, otras, del pragmatismo que
inspira al proceso. Es el delicado equilibrio entre realismo y eficacia, sin
los cuales sería imposible avanzar –en eso tiene razón el Presidente– y la
dignidad, que no se puede entregar en la mesa. Un verdadero conflicto de ética
política.
Los
argumentos que esgrimió el Presidente Santos en su encuentro con los gremios,
si bien tienen peso específico y tienden a garantizar el orden, la seguridad y
la gobernabilidad, entrañan también un anuncio apabullante: en sus palabras, se
partió de la base de no negociar los inamovibles de la economía de mercado, la
libre empresa y el modelo económico, excepto la Política de Desarrollo
Agrícola. Él mismo pactó la condición de negociar bajo el fuego cruzado, con el
objetivo de sostener la ofensiva militar y el curso normal de las tareas del
Estado y del gobierno, reconociendo las dificultades del acercamiento. Su meta:
no pagar ningún costo en caso de fracasar. En consecuencia, no se perdía nada
con intentarlo. El país seguiría su rumbo sin traumatismos.
Este
pragmatismo político, cubierto por un conflicto de ética política, parte de una
premisa: el gobierno no permitirá convertirse en “rehén del proceso”. Desde
este ángulo es claro que los verdaderos problemas de este experimento van a
derivar, del trofeo que se le entregó a las FARC “como punto de honor”: la
política de “Desarrollo Agrario Integral”. Otra vez nos dejaron del lado de
allá de la línea roja. Ya nos sucedió –valga la comparación– en la negociación
con la UE, en la que se entregó como comodín al sector lechero.
El
Desarrollo Rural ha sido un clamor de los renglones de la producción
agropecuaria, y bandera de los gobiernos desde la década de los sesenta, pero
arriada por cuenta del sesgo urbano que, desde entonces, ha marcado al modelo
de desarrollo. Da coraje entonces, que lo que no ha sido posible como respuesta
a las peticiones de quienes construyen riqueza en el campo, empiece a serlo
como exigencia y al acomodo de quienes la han destruido.
Detrás de
la exigencia de negociar el desarrollo rural ya se adivina el discurso de la
reforma agraria expropiatoria. El gremio ganadero nunca será palo en la rueda
de los procesos que se derivan de las leyes de Extinción de Dominio y de
Víctimas y Restitución de Tierras, que buscan restituir y redistribuir las
tierras arrebatadas por el narcoterrorismo en todas sus formas. Pero el gremio
ganadero velará por el respeto al derecho constitucional de la legítima
propiedad privada rural.
El gremio
no se opone a la aspiración legítima a la propiedad de la tierra, pero dentro
de un mercado abierto y transparente, y sobre todo, si la tierra está
acompañada de las condiciones para convertirla en factor de riqueza. Sin una
política de asociatividad para generar escalas competitivas, los pequeños
propietarios no existirán para los mercados. Sin infraestructura social, sin
crédito, sin riego, sin vías terciarias, la reforma agraria basada en la
redistribución de la tierra, será la perpetuación de la pobreza rural.
Así no nos
guste, si el Desarrollo Rural Integral se logra como exigencia de la
negociación, bienvenido sea, siempre y cuando no se construya a costa de la
seguridad jurídica sobre la legítima propiedad privada de la tierra, derecho
que –estoy seguro– no desconocerá el Gobierno y sobre el cual FEDEGÁN será
veedor celoso. Es un riesgo que estamos en obligación de advertir, sin ser
tildados por ello de opositores y, menos aún, de enemigos de la paz. Como todos
los colombianos, le deseamos al presidente “buen viento y buena mar” para
llevar a Colombia al puerto seguro de una paz duradera.
*Presidente
Ejecutivo de Fedegán.
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