Por:
José Félix Lafaurie Rivera*
@jflafaurie
Durante la guerra fría el comunismo
internacional jugó siempre a lo mismo: arrogancia palabrera, amenaza militar y
recule diplomático. Kruschev no ahorró epítetos contra el imperialismo y se
atrevió con los misiles en Cuba, para luego abrazarse con Kennedy.
Es la estrategia del irrespeto. Chávez la
utilizó y Maduro ha resultado alumno aplicado de su predecesor y de sus
maestros cubanos, que nunca tuvieron una fuerza militar amenazante, pero le
metieron a Latinoamérica el Caballo de Troya de la insurgencia armada.
Las sobreactuadas reacciones por la visita de
Capriles y la vinculación de Colombia a la OTAN son una versión de ese juego
político, en el cual Colombia no es un actor ingenuo sino otro jugador con intereses
calculados.
¿Cómo juega Maduro? Frente a una situación
crítica en lo económico e inestable en lo político por las fisuras en el
Chavismo, agita el anticolombianismo acusando a Santos de traición y lanzando
infundios de envenenamientos a lo Borgia. La amenaza: amén de la latente
ruptura de relaciones, la de retirar el apoyo a las negociaciones con las Farc.
¿Cómo juegan las Farc? Mermadas militarmente,
pero arrogantes, atienden la instrucción del Foro de Sao Paulo -una instancia
supérstite del comunismo internacional- según la cual, hoy es más fácil hacerse
al poder con las urnas que con las armas. Para ello cuentan con el socialismo
bolivariano y la Unasur, con enclaves en Centroamérica, presencia en el sur y
enlaces internacionales con el común denominador del odio a Estados Unidos y el
desprecio por la democracia. La amenaza: si no se firma la paz para que puedan
acceder a la lucha política con las ventajas que esperan conseguir, continuarán
con su actividad narcoterrorista.
¿Cómo juega Cuba? No le interesa la
inestabilidad en Venezuela, que pueda cortar el suministro de petróleo y su
influencia en el ejército y las instituciones de ese país. Por eso hará
lo necesario para sostener a Maduro, bajarle el volumen a las diferencias entre
Colombia y Venezuela -ya se está sintiendo-, y mantener a las Farc en la mesa,
como el camino para meter a nuestro país en el sueño totalitario de la
revolución bolivariana.
¿Y a qué juega Colombia? ¿Para qué recibir a
Capriles y darle bombo a una limitada asociación con el símbolo militar del
imperio? No son decisiones ingenuas. ¿Será que Santos necesita desmarcarse del
heredero de Chávez? Lo cierto es que los votantes no quieren saber de
Maduro ni de la revolución bolivariana, y no es menos cierto que, a pesar del
acuerdo agrario, lo que no se acordó y los puntos venideros contienen temas
irreconciliables que hacen difícil un acuerdo con las Farc.
Da la impresión de que el Gobierno quisiera
pararse de la mesa, pero como no le queda bien ante el país y el mundo, echa
mano de una estrategia de ajedrecista: restarle el apoyo que a las Farc les
interesa (Venezuela, Cuba y Unasur) pero que no le gusta a los colombianos, y
salir por el mundo a conseguir apoyos de todos los orígenes -incluida la glamurosa
candidatización inglesa al Nobel-, que a las Farc no les interesan, pero que sí
son del agrado de los votantes.
La amenaza: que Cuba logre mantener alineadas a
Venezuela y a las Farc, y estas últimas renuncien -cuando menos de boca- a sus
pretensiones más radicales. Se firmará la paz con impunidad; Santos será
reelegido y hasta candidato al Nobel, pero el país se habrá dejado meter el
Caballo de Troya de las Farc como actor político fortalecido, y empezaremos a
entrar al túnel oscuro del socialismo del Siglo XXI; el mismo que tiene a
Venezuela como la tiene, en nuestro caso con una peligrosa combinación: urnas,
armas y narcotráfico.
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