Por: José Félix Lafaurie Rivera*
@jflafaurie
Los cultivos ilícitos y el tráfico de narcóticos han sido las peores
calamidades para Colombia. Coca, amapola y marihuana son el impúdico combustible de la pobreza y la cultura de
violencia, codicia, corrupción e ilegalidad. Sus dineros malditos alimentaron
las estructuras criminales farianas y su hermandad con elenos, paramilitares y
Bacrim, para controlar un negocio de US$20 billones anuales. Sus
“tranquilandias” –legado de Escobar para financiar masacres y bombazos– se
levantaron sobre el desmote de la selva, el desplazamiento, la esclavitud de
los “raspachines” y una aberrante contrarreforma agraria. Que las Farc nieguen
esa realidad, no la hace menos cierta. Como tampoco su interés en despenalizar
este crimen y subsanar las divisiones entre sus bloques que se resisten a
abandonar el narcotráfico. Un palo en la rueda de las negociaciones de Cuba.
Pero claro, resulta infantil creer que por disposición de las Farc, el
Gobierno Americano va a flexibilizar su política anti-drogas. Premisa
descartada el mismo día de la llegada de Santos a la cumbre con el Presidente
Obama. Los elogios al proceso de paz, retórica del lenguaje diplomático, no
pueden confundirse con la postura inalterable que han mantenido desde el ataque
a las torres gemelas. Poco les interesa que en materia de paz en una nación
como la nuestra, se haga una reforma agraria expropiatoria o se viole la
Constitución y la Ley para dejar impunes a criminales de guerra, siempre y
cuando el asunto de los narcóticos permanezca a raya. Es la verdad frente a los
americanos.
La de las Farc, es la de la hipocresía. Difícilmente podrían estar
interesados en defender la cultura del “mambeo” de nuestros indígenas o los
usos medicinales de la hoja de coca. Sólo tenían que justificar sus propuestas,
que van desde reconocer y estimular las siembras ilícitas y desmilitarizar las
zonas de producción y tráfico de narcóticos; legalizar el consumo y hasta
legislar unilateralmente, desconociendo las complejidades globales del flagelo
de las drogas. Pero, claro es bien conocida la criminalización de sus frentes,
poco dispuestos a desistir de una renta fácil que hoy manejan al dedillo. Un emporio
que traslapa las Zonas de Reserva Campesina con plantaciones, cristalizaderos, compradores en el mercado interno –que no son otros
que sus socios de las Bacrim– y rutas trasnacionales en alianzas con “Los Zetas” y el cartel de “Sinaloa”.
Pero lo más indignante del nuevo “viajado” de las Farc, es pretender que
el fenómeno del narcotráfico se resuelve con una reforma agraria. A menos,
claro, que ésta se aplique sobre las tierras usurpadas por los “causantes de
los daños”. Es decir, sobre las robadas por las Farc, para retornar los
derechos a sus auténticos dueños. La justicia social de la que hoy cínicamente
hablan. Por supuesto, no es lo que se está acordando en Cuba. Al decir del Alto
Comisionado para la Paz, Sergio Jaramillo, más parece confirmarse una reforma
confiscatoria sobre patrimonios legalmente adquiridos y trato de delincuentes a
propietarios honestos, con figuras como la “extinción de dominio”. Una
herramienta consagrada para castigar bienes adquiridos ilícitamente, con
dineros del narcotráfico y el lavado de activos.
Así, mientras las Farc planean cómo
diseminar el modelo productivo de sus “tranquilandias”, sobre las propiedades
que se extingan a ciudadanos probos y, de paso, consolidar las que sembraron en
las Zonas de Reservas Campesinas, el campo irá a pique. Como si no fuera
suficiente con el desaliento actual, ahora los productores honestos debemos
cargar con nuevos desestímulos a la producción y las inversiones lícitas. Ese
es el presente y futuro que está diseñando este Gobierno con sus nuevos mejores
amigos en La Habana, a espaldas de los verdaderos campesinos y los legítimos
representantes del sector agropecuario.
*Presidente Ejecutivo de
Fedegán.
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