Por: José
Félix Lafaurie Rivera*
@jflafaurie
Félix Lafaurie Rivera*
@jflafaurie
Con el año nuevo el discurso conciliatorio del Presidente Santos de
“unidad” y “respeto por las diferencias y opiniones ajenas” se esfumó.
Como si no hubiera escuchado su propia invitación decembrina, la
emprendió contra quienes usamos el derecho a expresarnos por los
inciertos pactos que se perfilan en Cuba. Ningún colombiano puede “ser
enemigo de la paz” o levantar
“propaganda negra” para torpedearla. La paz requiere acuerdos que podamos aceptar como nación para refrendarlos. Paradigmas de catarsis como la sudafricana, próxima al recuerdo tras la reciente muerte de Nelson Mandela.
Claro, allí fueron posibles gracias al líder que concilió entre adversarios radicales. Pero en Colombia quien se dice “adalid de la paz”, concierta fórmulas inadmisibles con los ilegales y profundiza las fracturas sociales con quienes estamos del lado de la Ley y las instituciones.
“propaganda negra” para torpedearla. La paz requiere acuerdos que podamos aceptar como nación para refrendarlos. Paradigmas de catarsis como la sudafricana, próxima al recuerdo tras la reciente muerte de Nelson Mandela.
Claro, allí fueron posibles gracias al líder que concilió entre adversarios radicales. Pero en Colombia quien se dice “adalid de la paz”, concierta fórmulas inadmisibles con los ilegales y profundiza las fracturas sociales con quienes estamos del lado de la Ley y las instituciones.
La máxima de “divide y reinarás” funciona para la guerra, no para la
paz. Es un anhelo compartido, sin bandos en contra. Pero sabe el
Presidente que los colombianos no ignoramos que el camino recorrido, no
garantiza que arribemos a ese escenario. No queremos una paz violenta
sin desmovilización y dejación de las armas por parte de los
narcoterroristas. No queremos una paz impune, sin justicia, verdad y
reivindicación para las víctimas pero con curules para quienes, durante
50 años, sacudieron el campo con terror. Queremos una paz justa,
posible, donde la unificación y la reconciliación estén por encima de
ánimos vindicativos. Pero no será apartando a los contradictores o
estigmatizando las opiniones en contra como se va a lograr.
Son argumentos de fondo, que en su momento supo leer un genio político
como Mandela y que le evitó a ese país décadas adicionales de violencia
que, al decir de los “avances” en Cuba, sería la triste suerte que
espera a los colombianos. El libro de John Carlin, traducido al español
como “El factor humano”, condensa parte de la historia de la transición
sudafricana. El fin del apartheid como
política de Estado, recorrió un largo camino que pasó por el reconocimiento de la inutilidad de las armas y la revolución, hasta la purga en prisión de quien años después haría lo impensable: el reencuentro y la reintegración de una nación fuertemente dividida por la segregación racial.
política de Estado, recorrió un largo camino que pasó por el reconocimiento de la inutilidad de las armas y la revolución, hasta la purga en prisión de quien años después haría lo impensable: el reencuentro y la reintegración de una nación fuertemente dividida por la segregación racial.
El culmen de la hazaña de Mandela, lo selló el día de la victoria
sudafricana en el mundial de Rugby del 95. Un deporte que simbolizaba el
poderío de los afrikaners, pero también la desigualdad, la segregación,
incluida la del equipo a nivel internacional, logró congregar en torno
a 2 himnos –el blanco y el negro–, una bandera y una misma camiseta, a
enemigos tradicionales hasta entonces irreconciliables. Era una nueva
Sudáfrica, donde todos los sudafricanos –blancos, negros, mestizos y las
mismas facciones extremas del Congreso Nacional Africano y del Partido
Nacional– empezaron a sentirse parte de un mismo destino. "Un equipo, una nación" sello la nueva era.
Nacional– empezaron a sentirse parte de un mismo destino. "Un equipo, una nación" sello la nueva era.
¿Qué tan cerca estamos los colombianos de un líder carismático y
generoso, que sepa conciliar los anhelos, esta vez desde la legitimidad,
para atarlos a los acuerdos de La Habana y trazar una seda compartida
de nación? Es el dilema. Mientras se entreguen todas las prerrogativas a
los que bañaron de sangre el país, pero se excluya a las víctimas y se
acallen las voces disidentes –no
contra la paz, sino contra acuerdos inaceptables– difícilmente podremos comulgar con un futuro sin consensuar. Más aún, cuando nuestro “capitán de campo” ve enemigos de la paz donde sólo hay ciudadanos respetuosos de la Ley, buscando un futuro sostenible y unas reglas de juego, capaces de conciliar los profundos disensos que nos fracturan como nación. Nadie quiere un posconflicto
al estilo de El Salvador y si podemos evitarlo por qué no hacerlo. Con lo cual, el mayor reto es encontrar un Mandela a nuestra medida.
contra la paz, sino contra acuerdos inaceptables– difícilmente podremos comulgar con un futuro sin consensuar. Más aún, cuando nuestro “capitán de campo” ve enemigos de la paz donde sólo hay ciudadanos respetuosos de la Ley, buscando un futuro sostenible y unas reglas de juego, capaces de conciliar los profundos disensos que nos fracturan como nación. Nadie quiere un posconflicto
al estilo de El Salvador y si podemos evitarlo por qué no hacerlo. Con lo cual, el mayor reto es encontrar un Mandela a nuestra medida.
*Presidente Ejecutivo de Fedegán.
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