José
Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie
La incómoda situación a que fue
sometida la SAC en la Casa de Nariño es solo otra muestra del cariz que han
tomado las relaciones entre el Gobierno Nacional y los gremios de la producción
agropecuaria, que yo definiría, parafraseando una conocida canción popular,
como de “una distancia cada día más grande”. No me detengo en lo anecdótico de
los regaños y las disculpas, porque no es lo realmente importante y para no
inmiscuirme en el fuero interno de una organización centenaria como la SAC, que
me merece el más profundo respeto.
Lo preocupante es el distanciamiento
forzado -marginamiento- cuando los gremios no coincidimos con las posiciones
gubernamentales en temas tan sensibles como las negociaciones con las Farc. El
nuestro empezó cuando advertimos de los peligros que el TLC con la Unión
Europea entrañaba para el renglón lechero; continuó cuando, ya firmado el
tratado, alertamos sobre la falta de controles al ingreso de los contingentes
aprobados; y se hizo crítico cuando, en una decisión autónoma, pública,
argumentada y respetuosa, Fedegán decidió no participar en el Foro Agrario para
aportar a las negociaciones de La Habana, en el primer punto sobre tierras y
desarrollo rural.
Esa posición vertical nos ha valido
calificativos de toda índole por parte de funcionarios públicos, pero eso no
importa. Lo que verdaderamente preocupa es la actitud retaliatoria que
hemos sentido en la que, hasta entonces, había sido una relación fluida y
productiva en proyectos conjuntos en beneficio de la ganadería. En sus
declaraciones iniciales, el presidente de la SAC pretendía solamente hacer uso
del legítimo derecho de todo líder gremial a reclamar por lo que considera
incumplimientos del Gobierno, y a tener dudas y poder expresarlas libremente
ante el gobernante. Cuando estas opciones se cierran, cuando no se pueden tener
dudas y no hay posibilidad para el disenso, ya sea sobre las negociaciones de
La Habana o sobre cualquier política pública, entonces la democracia liberal de
la que nos preciamos empieza a tomar caminos inesperados pero ya conocidos en
el vecindario. Y eso es muy preocupante.
Es preocupante que se insista en que
no se negoció el modelo de desarrollo económico, sino apenas el modelo de
desarrollo rural, porque si el Gobierno no considera a la economía rural como
parte integral de la economía nacional, entonces sí…, “apague y vámonos”. Lo
preocupante es la ausencia de los productores rurales en la mesa donde el
Gobierno negoció con las Farc las reglas de juego que los han de regir; como es
preocupante el desconocimiento de lo negociado, más allá de las generalidades
del “Primer Informe Conjunto”, en el cual ya se adivina la orientación de las
"salvedades pendientes" sobre la tenencia de la tierra, la reforma
agraria expropiatoria y la producción empresarial de gran escala, fundamental
en un entorno de globalización.
Lo preocupante es la inseguridad
jurídica que se deriva de esas salvedades, y de la indefinición sobre los
baldíos de la Nación y el desarrollo de la Orinoquía. Cuando hay inseguridad
jurídica -como cuando la hay física-, la inversión se ahuyenta, el desarrollo
se detiene y se aumenta la pobreza con todas sus consecuencias.
Lo preocupante es un Pacto Nacional
Agrario donde no estemos todos; un Pacto con “las dignidades” pero sin los
gremios, no solo porque hemos sido interlocutores legítimos, sino porque la
lección social, el mensaje, no es otro que la eficacia del paro y la
movilización como expedientes para ser escuchados. Lo preocupante es una Misión
Rural sin los empresarios agropecuarios, y que detrás de esa Misión Rural y del
Pacto Agrario inclusive, persisten, como telón del fondo, los compromisos del
Gobierno con las Farc en La Habana. Eso es lo preocupante.
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