José
Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie
Debo aclarar que no intento asumir en estas
líneas la defensa de María Fernanda Cabal –mi esposa– pero lo que sí pretendo
defender con vehemencia, esperando no ser encausado por ello, es el derecho a
la libre expresión, a la libertad de las ideas, porque cuando empezamos a
ponerle cortapisas, ya conocemos en el vecindario a donde llevan esos caminos.
López está incomunicado en una cárcel chavista, no por lo que haya hecho o
dejado de hacer, sino por lo que dijo, o mejor, por lo que otros hicieron por
lo que él dijo. Con esa lógica judicial perversa, para que nunca pase nada, es
mejor nunca decir nada.
Algo así no habría sucedido hace algunos años,
cuando la información y las opiniones eran dominio exclusivo de los medios, que
hoy han tenido que entregar esa dictadura a la democratización de las redes
sociales. Si yo denunciara a los funcionarios, periodistas, columnistas y
terceros que, por tuiter y en los medios, me tildan de paramilitar, guerrerista
y enemigo de la paz, la justicia estaría muy ocupada.
Por ello lo que también rechazo es la intención
detrás de semejante polvareda. La parlamentaria del Centro Democrático, movida
por su legítimo desacuerdo con unas negociaciones que no solo a ella no
convencen, sino a millones de colombianos –siete para ser más exactos–, se
limitó a hacer unas preguntas válidas y, al margen de si el personaje era
o no un guerrillero, a juzgar por las reacciones, abrió otra puerta a quienes
buscan deslegitimar, estigmatizar –ellos sí– a todo el que se oponga a esa
universalización de las víctimas que solo busca hacer invisibles a las de las
Farc.
Me quedan muchas preguntas: ¿Por qué la
denuncia? ¿Por qué tan rápida y agresiva condena de los medios, el Gobierno, el
jefe negociador, la Fiscalía y hasta las Farc, hacia quien, paradójicamente, no
ha hecho sino defender a las víctimas? ¿Qué autoridad tiene Márquez para acusar
de odios y sentimientos guerreristas? ¿Qué desvergüenza le permite acusar a un
trino de sabotear el proceso? ¿Acaso no son los tiros y los bombazos de las
Farc los verdaderos saboteadores? ¿Cuáles fueron los criterios de
escogencia de las víctimas? ¿Por qué las de las Farc son minoría frente a las
de otros victimarios? Ese no es un asunto apenas aritmético ¿Acaso el Gobierno
no sospecha que la ‘comisión histórica’ busca concluir que la clase política y
la sociedad, desde hace 60 años, son los responsables de la violencia? ¿Acaso
no adivina –blanco es…, gallina lo pone– que las Farc buscan con ello legitimar
su lucha con total impunidad?
Es también inquietante la situación de los
congresistas frente al derecho a la libre opinión, que adquiere en este caso
relevancia, pues no en vano representan ellos la Voz del Pueblo, como está
tallado en piedra en el recinto del Senado. ¿Acaso existe en Colombia delito de
opinión? ¿Dónde quedan la autonomía del Congreso y el equilibrio de poderes?
¿Hasta dónde se está judicializando la política? ¿Cómo hizo la Fiscalía para
individualizar la responsabilidad, ¡en solo un día!, frente a una denuncia
indeterminada? ¿Cómo compulsa copias a la Corte Suprema sin investigación
alguna? ¿Es acaso la misma Fiscalía que lleva décadas sin aclarar los
asesinatos de Galán y Gómez Hurtado, y se resiste a declarar este último de
lesa humanidad? ¿Por qué tanta premura? ¿A lo que estamos asistiendo acaso es a
la politización de la justicia?
Menos retórica y más respuestas. Más trinos en
libertad y menos tiros como amenaza extorsiva. Eso es lo que espera el país.
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