José
Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie
Cuando estas líneas lleguen a los lectores
habrá iniciado un período que ya se ha dado en llamar “Santos II”, y se habrá
hecho oficial la designación de Aurelio Iragorri Valencia como Ministro de
Agricultura y Desarrollo Rural en esta definitoria etapa para el campo
colombiano: el Agro II.
Ya arrancaron las calificaciones: que no es
técnico sino político, que no conoce el sector, que es gran conciliador; y
también los consejos de quienes se dicen expertos: la exministra Cecilia López
lo invita sin empacho a hacer a un lado a los gremios, “que ellos se
defienden solos”, para que “escuche más bien a
aquellos sin voz”, desconociendo que los gremios también representan a los
pequeños productores y que todos, grandes y pequeños, tienen el mismo derecho
constitucional a ser escuchados por el Estado.
Lo invita también a desestimar
los “subsidios para calmar emergencias”, olvidando que este país,
por el abandono histórico del campo y la falta de planeación estratégica para
la competitividad, pues vive de emergencia en emergencia, de Niño en Niña y de
TLC en TLC, enfrentando a la naturaleza y a mercados internacionales con
productores altamente subsidiados -a ellos sí no les hacen daño-, compitiendo
con los nuestros, siempre huérfanos de política pública y hasta de seguridad
como base del desarrollo.
Yo también prefiero los bienes
públicos a los subsidios. Nuestros competidores tienen ambos con profusión,
pero en Colombia no tenemos ni los unos ni los otros. Parafraseando el
principio de la tan de moda Tercera Vía: el campo necesita toda la
infraestructura que sea posible, porque la deuda es inmensa, y mientras tanto,
todos los subsidios que sean necesarios para calmar emergencias.
No me atrevo a darle consejos al
nuevo ministro; no obstante, pienso que para serlo con éxito se requieren dos
cosas: sentido común y voluntad política. El primero ya ha demostrado tenerlo
Iragorri, y la segunda depende de la importancia que le conceda el Gobierno a
la recuperación del campo, no solo para la paz, sino para el desarrollo del país,
en un entorno de creciente demanda mundial de alimentos y con evidentes
ventajas comparativas, hoy desaprovechadas por una precaria competitividad.
La recuperación del campo es un
imperativo con negociaciones o sin ellas. Siempre ha debido serlo, como lo han
pedido a gritos los gremios y el país rural sin encontrar respuesta. El
Desarrollo Rural no es algo que -¡Eureka!- esté descubriendo este Gobierno en
La Habana. Los gobiernos siempre han sabido qué hacer en un campo
sobrediagnosticado, pero no han tenido voluntad política para hacerlo.
Por eso mismo, los problemas del
campo no dan espera a que se firmen o no acuerdos con las Farc, ni a los
resultados del censo o a los de otra Misión Rural. La actual tiene una agenda a
20 años, pero hace menos de 20 hubo una, también con grandes especialistas e
importantes recomendaciones. Lo dicho: Lo importante, señor ministro, es
sentido común y voluntad política para la acción.
Nota bene. Dos opiniones, que no
consejos: 1. Un Ministerio de Desarrollo Agropecuario y Rural,
que así debería llamarse para no excluir al subsector pecuario, con dos
viceministerios: de Desarrollo Agropecuario, dedicado a la producción, y de
Desarrollo Rural, a articular las condiciones para el desarrollo económico y
social del campo. 2. La Unidad de Tierras, tan importante como la Ley que la
soporta, debería ser hasta un Ministerio pro tempore o, en
cualquier caso, sacarse del MADR, pues rebosa sus competencias y absorbe al
Ministro, en desmedro de la atención integral de la problemática rural, como en
efecto ha sucedido.
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