Bienvenidas todas las exportaciones que el sector ganadero pueda realizar. Bienvenida toda iniciativa que le sirva para crecer y consolidarse. Celebramos las exportaciones al Líbano, así como las iniciativas del Gobierno para fortalecer y crear condiciones para desarrollar a largo plazo el negocio ganadero y por cumplir su función de vigilar la conveniencia de tales negocios para el país.
¿Es que acaso, eran inconvenientes las exportaciones de ganado en pie que se estaban realizando y las que se continuarán efectuando? No, de ninguna manera. A nuestro entender, el Decreto tiene apellido propio: Venezuela. El Gobierno, en ejercicio de su potestad legislativa y de responsabilidad en el manejo de la política pública, lo impuso para preservar uno de los activos productivos más preciados del Estado colombiano: la ganadería.
Y aquí vale la pena hacer una nota. El Decreto no lleva la firma de Fedegán. ¡Ya quisiéramos! El Gobierno podía o no, consultar con los interesados, y no lo hizo con Fedegán. Pero este es un tema marginal para la tranquilidad de muchos que nos indilgan ese poder. Lo que interesa es mirar el contexto de la medida que prohíbe la exportación de hembras e impone un contingente de exportación de 14.000 machos.
Un país, como Colombia, que tiene vocación exportadora, debe aprovechar todas las oportunidades de exportación, pero debe cuidar aquellas variables claves para mantener los mercados. No nos ha sido fácil salir con éxito a los mercados internacionales. Salvo el tamaño del hato, no teníamos condiciones. Estábamos condenados a vender a un mercado interno reducido, con un consumo per cápita constreñido que había descendido de 30 a 17 kilos al año, por un problema estructural de eficiencia y costos de producción y, por consiguiente, de altos precios al consumidor.
Exportar sigue siendo, entonces, uno de los objetivos de los ganaderos, así como satisfacer el mercado interno. Esa es la razón de todos los esfuerzos que se han hecho desde Fedegán en sanidad, asistencia técnica, provisión de insumos, genética, y los que tenemos que seguir haciendo en trazabilidad y en el programa de transformación productiva. Sabemos que eso nos permite ser un jugador importante en un escenario de creciente demanda mundial de carne de bovino, y en donde los jugadores tradicionales se ven agotados para atenderla.
Un solo dato. De los 65 millones de toneladas de carne bovina que se consumen al año en el mundo, sólo 7 millones van al mercado internacional y, de acuerdo con estudios internacionales (GIRA), antes del 2020 se doblará esa demanda exportadora, sin que la oferta crezca, pues Oceanía no tiene más tierras disponibles; y USA y la Unión Europea, por sus altos consumos, son importadores netos. Queda América del Sur para satisfacer esa mayor demanda con Brasil, Uruguay, Argentina y Paraguay. Y ahí surge Colombia. Por eso me gustan las exportaciones de ganado en pie, al Líbano, pero me gustan más, las exportaciones con valor agregado, de carnes despostadas, como las que ya se iniciaron a Rusia, Egipto, las Antillas, y al Perú. Para el país eso traduce mayor empleo, mayor ingreso y más generación de riqueza. Todos ganamos.
Pero miremos un poco más de cerca el mercado de Venezuela, y sobre todo, recojamos la experiencia de los últimos años. Colombia colocó en ese mercado, animales en pie y productos cárnicos, entre enero de 2007 y junio de 2010, por US$1.811 millones de dólares, sin lácteos (149.419 animales en pie más 326.285 toneladas de productos cárnicos). Cifra que es, a todas luces muy importante y que no tiene discusión.
Pero en aras de un debate que nos conduzca a proyectar el futuro de la ganadería, ¿Colombia hizo eso en las mejores condiciones competitivas? La respuesta es no. Se logró gracias a un esquema cambiario impuesto en Venezuela que prohijó negocios no transparentes, y generó altos impactos en la producción ganadera y en el mercado de carne en Colombia, que se resume en precios del ganado gordo desorbitados y en una caída de 4 kilos de consumo per cápita.
Eso es grave, más en un escenario donde el precio de venta de Colombia doblaba el de los mercados internacionales. No era la competitividad la que había impulsado a tener ese volumen de comercio.
Y ¿cuál es el problema si hoy tenemos precios competitivos? Frente a exportaciones, como las del Líbano, donde hay una clara ventaja de precios relativos, ninguna. Frente a mercados como el de Venezuela, toda la prevención del mundo.
Ese margen competitivo que tenemos (Colombia US$1,62 contra US$2,26 en Brasil; US$2,13 en Uruguay y US$1.86 en Argentina), se acaba en un santiamén al repetir la historia con Venezuela. Muy pronto los precios se igualarían y, en ese evento, no solo se pierde el mercado de exportación sino que se arriesga el mercado interno por los Tratados de Libre Comercio firmados. Ya veremos a las multinacionales del comercio, que son las que tienen un alto nivel de movilidad en los mercados, haciendo fiesta con la importación de carne y leche.
Entendemos el disgusto de muchos comerciantes que quieren exportar -sin ton ni son- hacia Venezuela –porque además ellos, cuando el negocio se ponga malo, se retiran y no pierden nada, el que pierde es el país–. Y por eso también entendemos que el Gobierno se pare en la raya. Exportar a mercados que no nos generen distorsiones, bienvenidas. Estamos seguros que con un buen control, el Gobierno aceptará, y el mismo Fedegán promoverá, la apertura de nuevos cupos cuando se requieran. El tema es así de simple.
Presidente ejecutivo de FEDEGÁN
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