Por: José Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie
Engañoso. Es la categoría acertada para definir el precario balance del
“candidato- presidente”. Mal comienzo, porque en la “calle” están claras las
decisiones de política pública que fueron aplazadas, erradas o quedaron
inconclusas en este inacabado cuatrienio. Claro, una vez en el partidor por un
nuevo mandato, todo vale. Desde encumbrar los escasos avances del proceso de
paz y usar este anhelo para ganar réditos políticos, hasta obviar la crisis
rural e industrial y los cotidianos problemas de inseguridad e inconformismo en
todas las regiones. O, incluso, ignorar el peligroso vecindario
latinoamericano, de regímenes
extremistas y antidemocráticos. Todo, al parecer, a espaldas de un
Presidente que gobierna con un
centralismo asfixiante.
En materia de Política Exterior la cosa es peor. Nos convertimos en
observadores de la reconfiguración geopolítica y la penetración
militar de China, Rusia e Irán en Latinoamérica. Así, el “candidato-presidente”
omitió decir que su administración ha permanecido imperturbable ante el
recalentamiento belicista en la
región, al amparo de una izquierda radical bien articulada en el continente.
Preocupa su falta de contundencia para pedir explicaciones
por el sobrevuelo ilegal de aviones de guerra rusos en la ruta Nicaragua-Venezuela
o sobre las armas cubanas fletadas en un buque norcoreano con destino a la
frontera ecuatoriana. Para no ahondar en la vergonzosa “diplomacia sumisa” con
el régimen bolivariano, que oculta sus vínculos con narcoterroristas. Y, ahora, con el
gobierno de Ortega, al punto de dejar en el limbo el lesivo fallo de la Corte
de la Haya en el diferendo limítrofe.
Claro, no fueron las únicas omisiones. En el frente socio-económico el
“candidato-presidente” eludió los malestares que propiciaron los paros en el
sector rural, que de hecho no están conjurados. Así como sus promesas de
campaña sobre esquemas de salud y educación que no llegaron. La “prosperidad
para todos” fue un privilegio de algunos pudientes sectores urbanos orientados
a la especulación. Hoy la producción industrial cae aparatosamente y el sector
agropecuario respira incertidumbre, con más de 47% de sus
habitantes en condición de pobreza. El desempleo, la mayor preocupación de los
ciudadanos de a pie, se oculta en las cifras de formalización más que en la
creación real de puestos. La falta de gestión frente a los TLC, el
desestímulo a la inversión, el precario manejo de la ola invernal y la
deficiente ejecución presupuestal, son otras perlas de la falta de gerencia y
buen gobierno.
Pero, como quien barre la basura bajo el tapete, el Gobierno prefirió
elogiar el tema más rentable políticamente, que marcará la carrera por la Casa
de Nariño: la paz. Aunque intentó vender la idea sobre los “avances” en
los dos primeros puntos de la agenda, él sabe que la verdad es otra. No hay
acuerdos, sólo documentos inacabados y ambiguos. Es más, lo que resta por
negociar pone al Gobierno y a los narcoterroristas, frente a
las obligaciones de los tratados internacionales y ante encrucijadas jurídicas
y éticas, de las que dependerán los tiempos y la paciencia de los colombianos.
En el estrecho timing político hasta mayo de 2014, los
colombianos no le perdonarán al “candidato-presidente”,
ser rehén de La Habana para enfrentar
las urnas. Una realidad que llevó al país a perder el rumbo de la seguridad y a
fallas institucionales que hicieron inoperantes tantas y tan urgentes
decisiones del gobierno. En el semestre que resta para las elecciones, tendrá que
gobernar Señor Presidente, para los colombianos y no para los acuerdos con la
guerrilla. Con una premisa: la “mermelada” no será suficiente acicate para
aceitar la burocracia y las maquinarias electorales. Tendrá que cambiar la
percepción de la opinión sobre su falta para honrar las promesas de campañas,
cuya máxima demostración es la misma negociación con las Farc.
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